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El escritor de los confines del mundo

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Luis González Palma. Sin título 4, de la serie Ara Solis, Aquí estoy frente a mí, 2010. Cortesía del artista

Javier Payeras es un escritor conocido, premiado y traducido a varios idiomas, pero que vive y escribe desde Guatemala. En un país en quiebra permanente, entre la violencia y la corrupción sistémica, ¿qué espacio le queda al artista, al escritor, al poeta? Con este primer texto nos empieza a explicar qué es ser artista en uno de los muchos países del mundo que no aparece en ninguna estadística, que conocemos como destino turístico o como país de máxima inseguridad y pobreza. Crear, ser artista, al otro lado de la fama y del mercado, del éxito y la gloria.

Es muy complicado dar detalles. Una vez recibimos un libro, luego lo leímos creyendo que estaba escrito para nosotros; fue tanto el entusiasmo que no resistimos el impulso y terminamos eligiendo un destino: escribir un libro como ese que leímos y luego intentar escribir aquel que nunca encontramos. Fin del relato.

Tener una habilidad no es tener un talento, tener un talento no es ser artista

Una página en blanco siempre es perfecta. Muy adecuado aquel proverbio antiguo que reza: “No digas algo que no sea mejor que el silencio”. Si hablamos del oficio de escribir, esta sentencia puede ser el primer “No”. Damos dos pasos hacia atrás: queremos dar con el conjuro que transforme la chatarra en oro o encontrar la vara que separe el Mar Rojo. Torpemente iniciamos por lo más difícil, la poesía. Algo que es deprimente, el autor joven que no sabe ni ha leído mucha poesía, que balbucea un par de filósofos o que repite atropelladamente una que otra teoría, que ningunea nombres y que, tarde o temprano, descubre que se formó en público. Esto que podemos llamar la prehistoria de un escritor. Cabe también la posthistoria: cuando se acomoda en el papel de intelectual orgánico (o transgénico, por qué no) se vuelve un atildado corrector político, acude a sus anécdotas frente a la carencia de ideas y gradualmente se transforma en una estatua viviente. Puede que ambos flancos sean la parte más triste del oficio de escribir.

Y es precisamente la palabra oficio la que reúne todas las verdades. No se trata de una profesión ni de un título nobiliario ni de un ejercicio de propaganda. Se trata de pulir y limar, leer incansablemente, adaptarse al cauce y postular cosas que no deformen una tradición literaria torpemente. Dos principios: tener una habilidad no es tener un talento, tener un talento no es ser artista.…

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