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El ermitaño y el genio

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Willem Dafoe caracterizado de Vincent Van Gogh en Van Gogh, a las puertas de la eternidad, Julian Schnabel, 2018

Los genios son como los buenos tiempos: cuando están nadie los nota y cuando se van, todo el mundo los recuerda. En las periferias, el arte condensa mitos que pasan de mano en mano. Hasta el día de hoy puedo asegurar que no he conocido personalmente a alguien que yo considere un genio; este es un adjetivo que se prodiga con mucha benevolencia por estas orillas, pero… bueno… con los años he comprendido que cuestionar estos temas en realidad no beneficia más que al aguafiestas que roba un minuto de atención denunciando las pequeñeces de otro ser humano. Puede que todo sea culpa de Giorgio Vasari que les añadió este título nobiliario y cósmico a los artistas del Renacimiento italiano, pero en la calidez de este trópico tan lejano de Dios y tan cercano a los Estados Unidos, cabe esa disculpa añadida al realismo mágico que impregna absolutamente todo por estos rumbos.

Muchas veces me he sentado frente a este mismo ordenador a cuestionarme acerca de lo que voy a escribir. Reincido en la imagen de aquellos ilustrados del trópico que aparecen retratados fumando enormes habanos, sosteniendo sus barrigas prominentes y blindadas por sus inmaculadas guayaberas blancas, mientras hablan de la poesía latina posterior a Virgilio. En este lado de la cintura del mundo, la erudición creativa cautiva más por las dimensiones que abarca en el mito que por la veracidad de sus enunciados; una cita dicha en el momento preciso y con la rúbrica de un ícono cultural cierra la boca a cualquier persona que posea datos precisos; así fue como la iglesia impuso las leyes en el cielo y en la tierra, con una cita santa.

Recurrimos al mito de la locura y de la genialidad por la desesperada necesidad de la influencia

Hasta acá no he llegado al tema central: el mito del genio ermitaño y desconocido. Podemos recorrer todos los trópicos, interpelar a sus eruditos locales, escuchar las escurridizas declaraciones de un artista que logró salir de cualquiera de estos infiernos verdes y siempre existirá ese misterio del traspatio, del gran artista malogrado, del que iba en el camino directo a convertirse en ese talento universal, pero… Pues no pasó nada. Entró en crisis depresiva y terminó con su vida bebiendo insecticida, murió al incendiarse su biblioteca, terminó ahogado en alcohol, se estalló las venas del cerebro con cocaína, se metió a un convento, salió de su casa y jamás volvió, se estrelló en su coche mientras iba con su amante, lo arrolló un autobús, etc.…

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