Los bares del centro de la ciudad de Guatemala están llenos de artistas jóvenes; no son las bibliotecas, los museos y los centros culturales. En Guatemala hay más cantinas que niños felices (no puedo evitar estos comentarios maliciosos, usted perdone). Detrás de la torre de envases vacíos, los casquitos ausentes de cocaína y el olor a tabaco, me encuentro a un emergente artista visual que comienza a darme plática. De manera silvestre me quedo sentado mientras bebo una y otra desabrida agua mineral. Mi mareado acompañante comienza a empalarme con sus condenas: ¡Payeras dejaste de beber!… ¿Estás demasiado viejo? ¿Te superó la objetividad, la masculinidad tóxica, el colonialismo, la Alt Right o qué onda?… ¡Payeras eres un hipócrita! Luego regresa la amabilidad: No es cierto poeta, ¿tienes para invitarme a otro poco de aguardiente con sabor a tamarindo?, ¿me ajustas para comprar más polvo?
Mi incidental acompañante es un personaje agradable, simpático, casi mi amigo. Por estos confines del mundo, andar de marcha es la única forma de mantener el entusiasmo por la vida. Trato de escuchar con atención sus ideas, aunque pierdan dirección a medida que el sonido de la rockola aumenta: 1. Piscina inflable -él desnudo adentro-. 2. Agua color azul rebalsando la piscina inflable. 3. Hojas de papel amarillo impresas cuidadosamente con el nombre “Ramón Esau” (padre del artista recién fallecido, auditor público y pastor evangélico). Resulta que esa noche culmina la celebración de una larga faena, entre las muchas fechas reivindicativas y propicias para anestesiarse con una fiesta.
Subdesarrollo no es necesariamente pobreza, es la asfixia, la resignación y el olvido, el necesario olvido de los grandes males
Los antros artísticos acá por los confines del mundo civilizado son locales muy pequeños, donde no caben más de cuarenta personas sentadas y de pie. El calor, el ruido y el olor son tan familiares para sus clientes que pasa inadvertido. Un grupo de becarios españoles se acercan muy amigablemente a saludarme. De inmediato se juntan las mesas y se acercan más personajes del medio cultural underground: el poeta mal diagnosticado que impresiona con referencias que escuchó en boca de otro poeta maldito, el periodista trasquilador de extranjeras con género fluido, la curadora que ejerce la mirada papal sobre todo aquello que pueda ser sexista o racista (buen salario por ello), el excursionista que hace viajes de hongos al lago de Atitlán, la poeta militante feminista, el pintor de abstractos decorativos que seduce a las poetas militantes, el sonidista que siempre tiene trabajo con los documentalistas multipremiados, la paciente estudiante de ciencias sociales que sólo escucha y se reserva su opinión.…
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