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Vámonos

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Glenn D. Lowry, director del MoMA de Nueva York, 2015. Foto: Peter Ross a través de Wikimedia Commons

Los finales siempre son tristes. Por inevitables tal vez. Las despedidas, los adioses. Acompañar a alguien al aeropuerto, decir adiós en una estación… son ventanas a la melancolía. Toda despedida tiene un regusto a algo ya conocido, un cierto tufo a sentimentalismo barato. Esa tristeza de la despedida solo la sienten los que están implicados. Pero todo se acaba, no hay nada eterno, no hay nada que dure para siempre. Con que dure lo suficiente debería de bastarnos, pero no. No a todos les basta. No parece suficiente. Nunca es suficiente, el último beso nunca puede ser el último.

Decir adiós debería ser suficiente, pero no parece que lo sea

Es como irse de una fiesta, de una reunión con demasiada gente. ¿Cómo irse sin que nadie se enfade, sin que nadie se vea en la obligación de acompañarte, aunque solo sea en el sentimiento? Pues a la francesa. Irse a la francesa es salir sin que nadie se dé cuenta, sin decir adiós, sin despedirse. Irse y punto. Esa es la mejor manera de irse: yéndose. El silencio es el mejor lenguaje para decir adiós, sin explicaciones, sin excusas, sin mentiras. Decir adiós debería ser suficiente, pero no parece que lo sea. Cuando dices adiós empieza una retahíla de frases hechas, de lugares comunes que te aburren, que aunque seas tú mismo quien las dice suenan a un diálogo de besugos. Nos damos cuenta después de decir estupideces como “nos vemos pronto”, “te llamo”, “no te preocupes”, “no me acompañes”, “estoy bien”… Bueno. La ausencia debería ser suficiente. Irse a la francesa, sola o acompañada… es la mejor manera. Y la más rápida.

En teatro se dice “hacer mutis por el foro”. Una buena salida de escena es algo mágico, eso de que se acuerden de ti con nostalgia, que realmente te añoren, que quieran verte otra vez, que vuelvas aunque sea un rato. Más aplausos por favor, pero no voy a salir, echadme de menos, es lo que me merezco, ahí os quedáis… pero no, todos vuelven, hasta los que no se van. Los mejores actores quieren morir en escena, es decir: no se quieren ir, quieren que les saquen con los pies por delante. Pero la verdad es que cuando nos vamos, cuando te vas, cuando se va, ya suele ser tan tarde que todo el mundo lo que quiere es que te largues ya, que dejes sitio, y con tu largo e infinito adiós consigues que nadie te quiera volver a ver.…

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