Lo primero que se me ocurre cuando me doy cuenta de que este año vuelve a celebrarse la Documenta de Kassel es que hay que ver cómo pasa el tiempo. Antes parecía que esa periodicidad de “cada cinco años” se hacía eterna y esperábamos el nuevo evento como si nos fuera la vida en ello. Ahora sólo decimos o pensamos: “¿otra vez? ¿Ya han pasado cinco años?”. Y es que el tiempo, y su paso, es lo que tiene. Leo una entrevista con la feliz comisaria de la Documenta y sólo se me ocurre ¿Quién habrá ganado Eurovisión? Y me doy cuenta, finalmente, que casi me importan lo mismo. Nunca volveremos a ganar Eurovisión, los días felices de vino y rosas pop se nos fueron para siempre, y tampoco tendremos ningún artista vivo en la Documenta nunca más. Eso sí, puede servir para rescatar algún exquisito cadáver, algún raro o exótico del baúl de los recuerdos, que si Pere Portabella, que si el Bulli, que si Dalí, que si Enrique Vila-Matas… pero artistas vivos, de los que hoy exponen y trabajan, esos como las golondrinas parecen haberse ido para siempre.
Hubo un tiempo en que la sociedad artística española (cuando eso existía) se arremolinó ante la excesiva ausencia de artistas españoles en eventos internacionales, frente a la prácticamente nula presencia de nuestro arte actual en ningún sitio, incluyendo nuestros propios museos, y de ese malestar surgió el IAC y a su cola todas las asociaciones en las que hoy se fragmenta aquel espejismo de sociedad artística. Hoy la ausencia sigue siendo la misma, pues el infinito no admite superlativos ni fragmentaciones. No existimos más allá de la puerta de la casa de nuestras madres. Es triste, pero es así. No existimos para el mercado, y Art Basel se ha encargado de dejarlo aún más claro expulsando a prácticamente todas las galerías que no han ido cerrando. Nuestros artistas salen al extranjero poco más que de turismo, en intercambios con algunas galerías, en ferias internacionales de serie B con galerías españolas que van cerrando los ojos, apretando los puños y tirándose a la feria como el que se tira al mar, con la esperanza de no ahogarse. Para la crítica extranjera (lo de internacional es mucho decir) o los comisarios, o quien quiera que venga a España, sólo existimos pues pagamos, es decir que nos miran porque estamos aquí pero ni entienden ni les interesa prácticamente nada de lo que hacemos.…
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