Todo en la vida resulta ser un juego de niños, el problema es que nosotros, los jugadores, dejamos muy pronto de ser niños, nos olvidamos de jugar, se pierde la magia, la ilusión y todo acaba siendo complicado, poco satisfactorio. Y la vida sigue, en una estúpida carrera que no nos lleva a ningún sitio. No deberíamos perder la ilusión nunca, porque la ilusión ayuda a que sus amigas (la imaginación, la capacidad de inventarse cualquier cosa) se queden también. Y así se hacen grandes cosas, y también algunas otras pequeñas. Y son esas pequeñas cosas (de las que ya les he hablado aquí algunas veces) las que resultan ser las mejores, las que a mí mas me gustan, simplemente porque son las que podemos hacer nosotros, que ni somos ricos ni poderosos. Nosotros que nunca podremos ser Cervantes ni Borges, conformémonos con escribir un par de folios cada semana, aunque sólo sea para unos lectores improbables y aleatorios como son todos ustedes (Javier Krahe decía que buscando la gloria de Cervantes se encontraba en la glorieta de Quevedo, que no es mal sitio tampoco). Nosotros que nunca podremos tener palacios ni mansiones repartidas por todo el mundo, tal vez podamos mirar el mar desde un paisaje solitario, sólo nuestro por un momento. Nosotros que nunca podremos tener obras de arte grandiosas y millonarias, conformémonos con tener pequeñas pero gloriosas colecciones. Porque todo es como cuando jugábamos de niños al Monopoly, y nos comprábamos el paseo de la Castellana (con unos papelitos de colores tan parecidos a los dólares y a los euros como la realidad a su representación), sólo para nosotros… aunque luego lo cambiábamos por unas casas con jardín en una colonia residencial, porque así es la vida y lo que hoy deseamos mañana ya ni lo queremos ver. Jugábamos a vivir, como luego jugamos a los SIMS, es decir, a vivir en diferido que dirían en el PP. Y es que al final, ya casi al final, nos damos cuenta de que la vida era realmente un juego y que perder o ganar era sólo por un momento, porque luego se repartían otra vez las cartas y casi todos cambiábamos de papel, de rol, de destino. Éramos los mismos siendo otros.
De vez en cuando monta la exposición de las últimas adquisiciones, y que se puede visitar, previa cita, la Fundación
Entre las pequeñas cosas más imaginativas y brillantes que últimamente me he encontrado está la Fundación Newcastle, una pequeña fundación privada que colecciona obras de arte a su medida.…
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