anterior

Un año sin ti

siguiente
Félix González-Torres, Sin título

La ausencia es una situación plagada de tristeza, de vacío. La ausencia es el hueco de tu cuerpo, el silencio que deja tu voz. Pocos artistas como Félix González-Torres para mostrar esa abstracción tan claramente. La ausencia de su amante en su peso en caramelos, en una esquina de una sala de un museo. Pueden llevarse los caramelos, por favor, compartamos esa ausencia insoportable comiéndonos el dulce recuerdo de su cuerpo. La ausencia que marca el reloj, la ausencia en esas fotografías en vallas púbicas de nuestra cama vacía, sin nosotros. Un año sin ti, de todas formas, es una ausencia controlada, que se puede fragmentar, controlar, solucionable. Pero la ausencia real es para siempre, la ausencia real es el olvido. No solo la muerte.

Cumplimos en febrero un año de ausencia, con millones de cuerpos ausentes. Millones, aproximadamente 3 millones oficialmente de muertos. No sabemos cuántos de ellos olvidados. Aunque realmente son muchos más los muertos, por Covid, cáncer, suicidios, malarias, Ébola, accidentes de coche, guerras, ataques al corazón, tristeza… y posiblemente muchos también, demasiados seguramente, los olvidados. Pero hay otras ausencias. La de las cosas que dejamos por el camino. Aquel libro que le dejaste a alguien… la gallina de porcelana de la infancia, el olor del primer novio, aquel peluche, el sillón en el que leí tantos libros.

Llevaba mucho tiempo reclamando continuamente que necesitábamos un año sin arte. Un año en el que no hubiera ferias, en el que las galerías cerrasen, se tomasen un descanso los museos, ese ejército ya infinito de curadores (de alguna forma se tienen que llamar) se replantease su futuro. Un año sin inauguraciones, sin salas VIP, sin tarjetas exclusivas, sin cenas con galeristas y artistas, sin llamadas para que no te olvides de que mañana te esperan. Un año para leer, pensar y repensar tantas cosas. Tal vez un año para escribir. Un año para que los artistas se lo pensaran dos, incluso tres veces, antes de disparar. Sin duda ese tiempo, ese intermedio de 365 días, podría limpiar la atmósfera, relajar los ánimos, disuadir a muchos de seguir por este camino, convencer a otros de que no es eso, no es eso, que el arte es otra cosa. Y entonces llegó un virus, un contagio masivo, una epidemia mundial que cerró el mundo con todos nosotros dentro.

Seres invisibles, pequeños fuegos fatuos, apenas nubes en chándal que pasean por sus salas en silencio, entre sorprendidos y ansiosos

Hace solo un año que vivimos en un mundo sin arte.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete