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Un adiós más

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Juan Hidalgo, Los 3 anillos, 2002
Juan Hidalgo, Los 3 anillos, 2002

A partir de ayer, 26 de febrero de 2018, hay un canario menos. Ha muerto Juan Hidalgo y su ausencia ya se nota. Hacía tiempo que ya no se le veía por la calle Libertad, por la plaza de Chueca, por ese Madrid en el que vivía desde que a finales de los sesenta se asentó con su entonces pareja Walter Marchetti. Desde 1997, un año después de la exposición de ZAJ en el Museo Reina Sofía en Madrid, vivía en su casa de Ayacata, con su marido, Carlos Astiarraga, sus perros y sus gatos. Tal vez alejado de casi todo. No sé adónde van los artistas conceptuales cuando se mueren, pero seguro que Juan tiene problemas hasta para esa clasificación final. Músico de formación clásica, experto en estudios orientales, hablaba a la perfección además del español, inglés, francés, italiano, alemán y chino, artista conceptual que nunca pudo vivir de su trabajo como artista. Decía que siempre vivió de su trabajo en las cocinas, desde pinche o lavaplatos hasta cocinero, presumiendo de ser un magnifico chef. Nunca lo podré saber.

Juan Hidalgo ha sido también un ejemplo paradigmático de la injusticia del tiempo, de la terrible incultura de una época y de un país como fue la segunda mitad del siglo XX en España. No ha sido el único, por supuesto, pero hoy, cuando todavía está de cuerpo presente, quiero pedirle un último favor: que me sirva de excusa para hablar de una injusticia más. De la terrible soledad de muchos artistas que nunca consiguen vivir de su trabajo, aunque vivan para poder hacerlo. De la incomprensible tristeza de esos creadores que sólo son reconocidos oficialmente cuando son ancianos. De esa alegre miseria que acompaña a tantos hombres y mujeres de una cultura inabarcable, artistas, escritores, músicos, creadores que nunca reciben lo mínimo para vivir de su creación, que tienen que invertir media vida para sobrevivir y poder dedicar la otra mitad a crear. A crear obras que nos regalan con esa generosidad incomprensible. El mercado nunca los acepta, a pesar de su innegable calidad e interés. Apenas les guiña un ojo al calor de premios y reconocimientos, poco antes de que la muerte, harta de esperar que alguien en este mundo de vivos entienda lo que es la genialidad, lo que la inteligencia puede crear, se los lleve con ellos sin duda a un lugar mejor. Porque casi cualquier lugar puede ser mejor que este.…

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