Viendo a esos tres escritores famosos, ricos, alabados y leídos por todos, alguno por casi todos, que se han unido para celebrar el aniversario de su editorial (y presentar una colección de libros infantiles, ellos que tan poco tienen que ver con la infancia) me asalta esa idea tan postcapitalista y tan yankee de la figura del triunfador, y por extensión, del perdedor, el looser. Ellos lo tienen todo: dinero, fama, son atractivos, inteligentes y, sobre todo, lo pueden demostrar. Tienen agentes y editoriales, campañas de promoción, son entrevistados y vitoreados por crítica y público, venden libros por millones y ganan premios, se hacen películas de sus novelas y escriben para periódicos influyentes. Son los triunfadores. Existen personajes iguales en todos los ámbitos, en el deporte y en la política, en los negocios y en el ocio. No sé porqué verles a ellos, unidos contra natura sólo por un proceso de marketing editorial, poniendo la cara para una campaña de imagen y promoción, me ha hecho pensar en lo absurdo del triunfo, de la idea de triunfar. Realmente son esclavos de un éxito al que se deben en cada una de sus acciones, no pueden dejar de ser excelentes, cada uno de sus actos, de sus productos debe ser aupado al éxito, no tienen ni descanso ni salida, hasta que otros les sustituyan, hasta que se les olvide o hasta que sus obras pierdan el hechizo de cenicienta y sean solamente productos más o menos brillantes.
La idea del looser se hizo hace unas décadas románticamente célebre en contrapartida al que todo lo tiene
Un artista que hoy pertenece al grupo de los triunfadores me dijo hace años, cuando no creía que jamás llegaría a ser uno de los elegidos, que no ser un ganador no significa necesariamente ser un perdedor. Y eso es absolutamente cierto. La idea del looser se hizo hace unas décadas románticamente célebre en contrapartida al que todo lo tiene, el que todo lo ha perdido es sin duda el héroe caído, el débil, ese ángel herido en mitad del vuelo, que vale tanto o más pero al que la adversidad ha roto las alas y ha caído entre nosotros, los mortales, que, como no podía ser de otra manera, le acogemos enamorados de sus gestos lánguidos, de ese aura de perdedor, del que no se quiere medir en ninguna contienda, el que desprecia el éxito temporal… que como un Jesucristo parece proclamar en silencio aquello de que su reino no es de este mundo.…
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