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Sobre el genio

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Jeff Koons, New Hoover Convertibles, 1984

Realmente el único genio sobre el que no tengo dudas es el genio de la lámpara maravillosa de Aladino, que además de caber en un espacio tan mínimo, cuando sale te concede tres deseos. Sí, ya sé que es un poco tramposo, pero está en su derecho, a fin de cuentas, es un genio y hace lo que le viene en gana. Del resto de los que son llamados genios, o se consideran ellos mismos genios…, en fin, tengo mis dudas más que razonables. Sobre todo, en el arte, los artistas son genios puntualmente, en ocasiones contadas y una vez “hecha la gracia” son como niños, la repiten y repiten hasta que ya ni nuevo ni original ni genial nos parecen. Y el tiempo arrasa en su paso sobre nosotros prácticamente con cualquier genialidad colocándola en su sitio: a veces un hallazgo casual, a veces consecuencia de una vida de estudio y experimentación, a veces un soplo de originalidad, fugaz y difícilmente repetible.

Una genialidad entre mis preferidas la dijo Jean Cocteau cuando le preguntaron qué se llevaría si se incendiaba su casa. “Me llevaría el fuego”, respondió tan tranquila como rápidamente. Genial, ¿verdad? Tan genial como imposible, pero sin duda es la respuesta más brillante que nunca se ha dado a una pregunta tan estúpida. Tal vez Octavio Paz, sin decir nada, también fue genial cuando se quemó su casa en el entonces DF de México, en el mero centro y con sus papeles, sus libros, todo dentro. No dijo nada (cierto que tampoco le había preguntado nadie), simplemente cerró la casa y nunca mas volvió a entrar en ella. Quien dijo que el silencio es oro por primera vez también tuvo, por esos pocos segundos, un momento de genialidad, demasiadas veces olvidado.

Ser genial, ser un genio, es como tocar la felicidad, ser feliz. Es un momento breve que, según tus características, según si tienes más suerte o eres realmente inteligente o listo o simplemente oportuno, se repetirá con más o menos frecuencia. Nadie es feliz por definición, como un rasgo de su carácter o personalidad. Ser feliz no es un oficio, ni una profesión, ni es nada más que algo fugaz, un soplo de algún pequeño Dios despistado, la suerte del inocente, la gloria del pillo. Marcel Duchamp es uno de esos artistas a los que se suele de acompañar del adjetivo “genial” con frecuencia. Nunca se consiguió tanto con tan poco esfuerzo, realmente.…

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