Llevamos meses oyendo y leyendo a Donald Trump, impresionados por su capacidad de autodestrucción masiva. Pero lo que más nos impresiona de él es su absoluta e incomprensible ignorancia, una actitud que está dando la puntilla final a un imperio que ya tiene los pies de barro desde hace tiempo, endeudado con China hasta el límite y que ahora con su actual presidente parece que ya ha tocado fondo. Sin embargo, es aún más impresionante cómo esta nada sutil autodestrucción viene aclamada por sus millones de votantes, más las loas del capitalismo duro y del sector más fascista de los poderes públicos. En sus presupuestos prácticamente la subida del gasto militar ha destruido los programas de protección del medio ambiente, la sanidad pública y, por supuesto, las artes, cultura y educación. Es, en rasgos generales, la misma actitud que prácticamente todos los dirigentes de derechas plantean. Pero en el caso de Trump estamos hablando de los Estados Unidos, de Nueva York, Washington, San Francisco, Los Ángeles y de sus museos, de una cultura que es desde hace ya seguramente demasiado tiempo, la más fuerte económicamente del mundo. Bueno, pues eso ya se acabó.
Se han quedado sin dinero para becas, ayudas y para todas esas cosas, sean las que fueren, que se mantienen con dinero público
Este año el presupuesto del National Endowment of Arts and Humanities, que viene a ser el presupuesto de cultura y humanidades de todo el país, es de 148 millones, que así escrito parece mucho pero que para que nos hagamos una idea es menor que el presupuesto en seguridad de la Torre Trump en Nueva York: 183 millones de dólares. Es decir, se han quedado sin dinero para becas, ayudas y para todas esas cosas, sean las que fueren, que se mantienen con dinero público. Naturalmente les queda el apoyo económico de la sociedad civil, la de todos eso ricos que en una sola cena de cualquier de los trust de museos y fundaciones sacan en sólo una noche más dinero que todo el presupuesto para arte de algunos países. Desde nuestra miseria no vamos a ponernos a llorar por los niños ricos del barrio, solamente avisarles de que caer desde tan alto puede ser doloroso. Naturalmente que no nos alegramos, pero constatamos que la cultura realmente le interesa a muy pocos políticos, a casi ningún gobierno y que cuando nos quitan lo que nos daban, nadie dice nada, a nadie le importa.
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