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Que la vida no es nada…

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Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat, Bruno Bischofberger y Fransesco Clemente, Nueva York, 1984. Galería Bruno Bischofberger. Wikimedia Commons  

En un mes en el mundo del arte pasan muchas cosas. Cosas de todo tipo. En este mes de junio han muerto Barbara Gladstone y también el artista francés Ben Vautier. La edad no perdona, pero entre todas estas muertes (y muchas más que no caben en estas líneas) de personas ancianas brilla un diamante en bruto de amor y compañerismo: el suicidio de Ben unas horas después del fallecimiento de su esposa y compañera de toda la vida. Simplemente la vida ya no tenía sentido para él y decidió pegarse un tiro en la cabeza, el corazón ya lo tenía destrozado. No sé si es un acto de amor o de soledad, pero en cualquier caso es un gesto al que no estamos acostumbrados. Tal vez sea solo egoísmo, pero es un gesto de valor y una decisión imposible de dejar pasar sin dedicarle al menos unas líneas. Ben me ha estado enviando sus mails, sus comentarios, durante décadas, lo menos que puedo hacer es recordarle desde aquí, al menos unas líneas cuando él me escribió tantas. Buen viaje, Ben.

En el mercado una obra vale lo que alguien pague por ella

A la señora Gladstone, fundadora de una de las grandes galerías de Nueva York, ya le han recordado y homenajeado todos los artistas y medios que tanto le deben. Su final marca una época de cambio de etapa en el mundo del mercado del arte; unos mueren y otros cierran, que viene a ser más o menos lo mismo, alguna se transforma y las salas de subastas cambian de sedes… la vida es así. Mientras tanto, como se dice en España, tan románticos que somos, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”: Art Basel llegó, vendió y se fue hasta el próximo año. Este verano seguramente se ha vendido mucho, no solo los millones de la obra de Joan Mitchell (cerca de 20 millones de dólares), Richter o Kusama y otros muchos en Art Basel y en otras ferias, sino en Venecia, en salas de hoteles internacionales, en encantadoras trattorias, o simplemente viendo las salas de la Bienal. Suele pasar, cuando en junio Art Basel coincide con la Bienal de Venecia o con la Documenta de Kassel (entonces ya es bingo), esas semanas suena por toda Europa el clink clink del dinero en las bolsas del mercado del arte. Mientras los coleccionistas americanos compran todo aquello que huele, suena o brilla a indigenista, decolonial o queer (son incontables sus traumas sociales y tal vez así paguen parte de sus sentimientos de culpa), el mercado sigue en unas subastas que bajan precios y empiezan a despedir al personal y a bajar costes.…

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