La vida en diferido. La realidad en cámara lenta. La verdad, la mentira, la realidad, la representación de la realidad… los conceptos que definen todo el discurso artístico se cuelan en la vida cotidiana. Y sobre todo aquellos que nos hacían dudar o creer, según nuestra voluntad todavía supuestamente autónoma, que las imágenes de prensa, de cine, eran creíbles o no lo eran. Hoy la realidad se mide por pantallas, pantallazos, todo está en una pantalla de plasma en la que cada vez cabe menos y sobre todo, en la que cada vez toda la narración es más fría y distante. En España, curiosamente, hemos demostrado ser muy modernos: nuestro presidente de gobierno ha optado por aceptar ser sustituido por su representación simbólica en una pantalla de plasma. Así se presenta ante los ciudadanos, así comparece en ruedas de prensa donde los periodistas por supuesto no pueden hacer preguntas porque una pantalla no sabe no contesta. Como en las películas de ciencia ficción el horror empezará el día que confirmemos que era la pantalla la que dictaba leyes, y que el hombre, el presidente era sólo la imagen humana de un poder abstracto.
Como sabemos todos, el desarrollo industrial está acabando con la humanidad, y en Asia de una manera rápida y sin concesiones
En China son más poéticos, tal vez porque su relación con el paisaje es algo que se origina en el inicio del mundo. Como sabemos todos, el desarrollo industrial está acabando con la humanidad, y en Asia de una manera rápida y sin concesiones. De tal forma que la niebla producida por las emisiones tóxicas impiden ver el amanecer. La solución es retransmitir el amanecer en pantallas gigantes distribuidas por la ciudad de Beijing. La otra solución, bajar las emisiones, limpiar la atmosfera, sobrevivir y poder recuperar la experiencia directa del amanecer, del paisaje, de la belleza… esa opción al parecer no se contempla. La pantalla, el gran hermano, el pequeño hermano, la voz que nos informa, la mano que mece nuestras cunas, es más eficaz. Pantallas que retransmiten el paisaje. Realmente parece increíble poder asistir a este fin propio de Blade Runner, propia de la más fina imaginación creativa. Pero la realidad (¡¡ay señores, la realidad!!) supera cualquier ilusión. Cada vez está más cerca ese paisaje de ruinas industriales, sombras de lo que fue, un día lejano y olvidado, la Tierra. El robot Wall•e mantenía una difusa memoria basada en cachivaches cuyo sentido era incomprensible para un robot.…
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