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Nunca dijimos nada

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queja

Karmelo Bermejo. -10.000. 10.000 euros de la Fundación Botín enterrados, 2011. Cortesía del artista.

Estamos asentados inequívocamente en la cultura de la queja. Nos quejamos de todo y actuamos como si nosotros nunca hubiéramos tenido nada que ver con ningún tipo de desastre. Somos inocentes, víctimas de una conjura de necios en la que se suceden unos a otros inevitablemente. Si participas en un fraude esperando ganar duros por peseta, lo que se suele llamar “timo de la estampita” y sale mal, el gobierno tiene la culpa (Zapatero especialmente) y se reclama la devolución de tu dinero… Si juegas y pierdes nadie te devuelve nada. Para no perder no hay que jugar, así de simple.

Es maravilloso cobrar esas cantidades por una exposición en España, hasta el punto que se llegó a acuñar el término “la tarifa española”

Ahora que la crisis llega a los museos, todo es queja, pero nadie se cuestionó nunca dirigir un museo imposible cobrando más que el presidente del Gobierno. Cuando un comisario cobraba 30.000 euros por una exposición y hacía tres exposiciones al año (en la misma institución) nadie dijo nada. Ni el director o directora, ni el patronato, ni la prensa, ni el comisario, ni ninguna junta de control. Es maravilloso cobrar esas cantidades por una exposición en España, hasta el punto que se llegó a acuñar el término “la tarifa española”, porque hace años, lo que se pagaba en cualquier museo de provincias por una exposición, por el comisariado o por participar como artista en la exposición, era tanto que todos acudían felices, relamiéndose como el gato frente al trozo de queso. Cuando querías invitar a un artista extranjero las exigencias eran increíbles e inaceptables (viaje y estancia pagada en hoteles de lujo, tarifa de primera en los viajes, y hasta cuatro acompañantes con todo, pero todo, pagado), era la “tarifa española”. Entonces nadie se quejaba.

Cuando los diseñadores cobraban millones por diseñar un catálogo y otros tantos por diseñar una exposición, nadie se quejaba. Y si las imprentas cobraban el doble o el triple de lo que cobran ahora por un mismo trabajo, tampoco nadie se escandalizaba. Como dijo Javier Solana, entonces Ministro de Cultura, con mil millones de pesetas no hay ni para clavos. De oro, supongo. Y qué vamos a decir de los transportistas, que hoy cierran y que han cobrado cifras increíbles por transportar cuadros (en una ocasión, se me presupuesto más por traer cuatro fotos desde Valencia a Madrid que por traer 75 obras de diferentes países europeos: el resto de la exposición).…

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