Volver a la normalidad. Hablamos mucho de la normalidad, de una nueva normalidad… no tanto de la antigua normalidad. La normalidad es una concepción social para sentirnos protegidos ante el azar permanente que es la vida. Al igual que la idea de seguridad. Estamos seguros en nuestra casa, entre nuestros amigos, nuestra familia… ¿De verdad? La mayoría de los abusos y de los asesinatos de niños y de mujeres se realizan por padres, hermanos, abuelos y tíos. Después por vecinos y compañeros de trabajo: allí donde estamos más seguros es donde vamos a morir. En 100 metros a la redonda de la víctima que se sentía tan segura en su casa. La seguridad y la normalidad son autoengaños que la sociedad alienta. Espejismos, la bruja de Blancanieves al otro lado del Espejo Maravilloso.
Aparentemente no queremos volver a la misma situación que dejamos atrás hace ya casi 50 días. En este tiempo hemos sido realmente mucho más libres de lo que habíamos sido en mucho tiempo. Hemos tenido tiempo. Y el tiempo, que también es algo relativo, es un animal salvaje que cada cual ha tenido que dominar y controlar como ha podido. Solos. Y hemos pensado en cosas que tal vez no habíamos pensado tranquilamente antes, hemos vuelto a años atrás, cuando la “normalidad” era diferente al igual que nuestras vidas.
Miramos el futuro inmediato y queremos a la vez el cambio y la normalidad, y de ahí esa absurda idea de “nueva normalidad”. La “normalidad” es siempre la rutina (te levantas, te duchas, desayunas, sales corriendo a trabajar… cualquier versión que se quiera contar es buena) y la rutina es siempre el aburrimiento, la vida programada, la ausencia de sorpresas. Esta pandemia no entraba en nuestra rutina. Y eso habría que pensarlo bien y valorarlo, hacer que sirva para algo, que tenga sentido.
Esa es la normalidad, la antigua y me temo que la nueva
La normalidad es que “las fuerzas productivas”, como dicen los políticos cuando hablan de los obreros, produzcan, con su esfuerzo y su tiempo bajo control durante todas sus vidas, productos que nunca van a poder adquirir ni usar. En Dubái era algo tan evidente que chocaba frontalmente con esa famosa “normalidad”: los obreros de los países de alrededor, más pobres, construían edificios de los mejores y más famosos arquitectos del mundo, edificios que se reproducirán en todas las revistas de arquitectura, que se enseñarán en las universidades del mundo entero, que ganarán los más prestigiosos premios, pero ellos vivían en estado de semi-esclavitud en contenedores en medio del desierto.…
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