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No todo está en Internet

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Joaquin Phoenix, fotograma de la película Her de Spike Jonze, 2013.

Ya nos deberíamos haber acostumbrado a los avances técnicos que, a lo largo de los años, se han venido sucediendo, casi amontonando, para nuestro servicio, para hacernos la vida más fácil, en principio. Porque realmente la gran parte de estas innovaciones simplemente han significado alejarnos paulatinamente del mundo en el que vivimos, del contacto directo con los hombres y con las cosas, con la naturaleza. En sólo dos generaciones hemos pasado de una población que controlaba y conocía el entorno en el que se desarrollaba su vida a otra que vive pendiente de aparatos de los que no entiende su funcionamiento. Si a nuestros abuelos se les rompían los zapatos, los arreglaban, si los animales enfermaban o parían, sabían qué pasaba y cómo enfrentarse a ello. Sabían si el tiempo iba a cambiar, si el mar se ponía impracticable… cuándo había que sembrar y cuándo recoger, y pescar y cazar, y sabían distinguir un roble de una encina y lo que significaba una fronda y el bosque bajo, y por eso no había incendios. Y sabían ir al norte y al sur mirando al cielo, a las estrellas. Nosotros necesitamos un GPS, que incluso puede ser que no entendamos. Dependemos de todo tipo de máquinas que generan lenguajes inalcanzables, a través de los cuales perdemos nuestra privacidad y nuestra libertad de acción, dependemos de que haya cobertura para nuestros teléfonos, que tengamos conexión con internet. Porque sin internet no somos nada.

En el panorama más bien negro por el que atravesamos los editores se quiere plantear que la solución está en el origen del mal

Hoy en día el móvil, celular, como le llamen en cada sitio, es como el báculo en el que se apoyaban los sabios antiguos. En él tenemos todos nuestros datos, las imágenes de nuestros seres queridos, los contactos de trabajo, con él oímos música, alumbramos en la oscuridad, a través de él leemos, hacemos negocios, retrasamos nuestros encuentros amorosos… Roland Barthes dijo que el teléfono no era una herramienta de acercamiento, como muchos defendían, sino de alejamiento, porque evitaba y retrasaba el encuentro personal. Era una forma perfecta para terminar con las relaciones amorosas. Antes del teléfono procurábamos encontrarnos para hablar, para vernos, para tocarnos, desde que existe el teléfono ya no hace falta, todo es delegable, todo se puede postergar, el teléfono, arca la distancia de la separación como forma de relación, de vida.…

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