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Nada que decir

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monotonía

Tomás Sánchez. Relación, 1986.

Llegará un momento en el que no tenga nada que decir. A nadie le va a importar, seguramente ni se darán cuenta. Cada vez a menos gente le importa lo que sucede en el mundo del arte actual. Para qué decir que lo que pueda suceder a los vestigios arqueológicos, a la pintura del siglo XVII o a la cerámica griega, sólo interesa a una minoría tan exigua que caben en el salón de mi casa. A nadie le importa ya casi nada y con ese cielo oscuro que nos tapa el sol y cualquier atisbo de arco iris, la vida cada vez es más triste. Es en estos momentos en los que hay que pararse y mirar, hacer una lista de la situación. No se trata de hacer esas absurdas listas de fin de año con las exposiciones más interesantes, los hombres más ricos y las mujeres más guapas. Se trata de pasar lista a lo que estamos perdiendo cada día. Esa lista en la que poner en un sitio destacado que el arte actual se está quedando sin público, porque antes se ha quedado sin críticos que escriban sus opiniones, sus críticas, sus quejas sobre lo que pasa y sobre lo que no pasa. Nos hemos quedado sin revistas de arte que nos informen y den visiones contrastadas. Nos hemos quedado sin diversidad biológica en un microclima cultural en el que antes había leones y papagayos, tigres y jirafas, y todo un universo de pájaros de colores y peces imposibles de imaginar.

Con la pérdida de la diversidad ha llegado el aburrimiento

Toda esta fauna salvaje y bella ha sido sustituida por diversas razas de corderos que caminan en silencio a los diversos mataderos. Con la pérdida de la diversidad ha llegado el aburrimiento. Con el olvido de lo salvaje, de lo inabarcable, de lo desconocido, se ha perdido la curiosidad. Vivimos en una monotonía en la que ni un ronquido es más alto que otro. Naturalmente esta situación favorece que los presupuestos para artes visuales sean cada vez más exiguos… son pocos los que protestan, tan pocos que con unas migajas, con algunos encargos, algún puesto público, se van a conformar y callar. El público, la gente, nosotros, no importamos. Somos tan educados, tan obedientes y tan silenciosos que a veces el poder, ese señor que firma los presupuestos, se olvida de que existimos. Los museos y centros de arte cada vez más están dirigidos por antiguos curadores más o menos independientes que ya dependen absolutamente de ese poder que les da de comer, poco y con mala cocina, pero que les alimenta y les silencia.…

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