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Nacimiento, auge y desprestigio del curador

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Fotografía de archivo de Okwui Enwezor, comisario de la Bienal de Venecia

Esta sociedad quema a sus ídolos a una velocidad cada vez mayor. Tan rápido subes, así de rápido vas a bajar, podría ser la lección a aprender. La figura del comisario/curador ha pasado de ser algo difícil de entender para muchos a convertirse en imprescindible para dar dos pasos en el mundo del arte: exposiciones, concursos, ferias, galerías, selección de libros, restaurantes… todos comisariados, curados por algún joven brillante, que se convertirá en director de museo o Kunsthalle en unos pocos años con apenas unas exposiciones, alguna bienal y una colaboración con alguna feria, como currículo; de la independencia al funcionariado, porque todavía los directores de museos no se consideran a sí mismos “independientes”. Ante este auge imparable, escribí hace unos años otra columna Cúrame por favor. Hoy quiero ser más seria, a riesgo de que amigos y conocidos se enfaden conmigo. Ya sé que de la crítica sólo se acepta lo que es agradable y coincide con lo que cada cual quiere oír, y que cualquier crítica que no halague además de no ser crítica no gusta a casi nadie. No es nada personal, pero esa actitud del comisario que se coloca por encima del artista es, cuanto menos, sospechoso de un cierto complejo de inferioridad. La Bienal de Venecia seguro que nos daría muchos ejemplos de esta actitud del comisario de colocarse no sólo por encima de los artistas sino por encima del bien y del mal, de la crítica y de la opinión de todos… pero, ojo, no de una forma rompedora o nueva sino un poco panzista y advenediza, simpática pero antigua. De hecho el comisario lo que quiere es estar al nivel del coleccionista, de la jet set del mundo del arte… y lo digo con conocimiento de causa pues conozco a muchos, muchos; la mayoría de los comisarios llamados internacionales… de hecho yo también soy (fui, era, dimití hace un rato) uno de ellos. Empecemos por el comisario general Okwui Enwezor, aupado con una velocidad llena de fracasos y desastres, como fue su Documenta y su Bienal de Sevilla. Las críticas a su trabajo por hacerse a espaldas no sólo del público sino de la propia lógica de su exposición, se multiplican según pasan los días y los críticos menos trendy y el público general sustituye a los vips y a los amigos y conocidos. Y ese es un fenómeno curioso, mientras que los invitados a las inauguraciones no hacen críticas o las hacen escasas y más bien blanditas, las opiniones de la poca crítica independiente que queda, o del experto con sentido crítico, y del público aficionado suelen ser cada vez más duras y feroces.…

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