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Millones de fotos

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superproducción

Martin Parr

Todos los que pensaban que Kodak había democratizado la fotografía, facilitando que todo el mundo pudiera tener una máquina de fotos y facilitar al máximo su óptica, no sé qué estarán pensando ahora con la universalización de la cámara instalada en todos y digo todos, los aparatos de teléfonos, IPads y Tablets del mundo y ahora ya también en los relojes, gafas, y no tardarán mucho en instalarnos una cámara en nuestros propios ojos para disparar una foto cada vez que pestañeamos. Según Instagram, en este año de 2016 se van a hacer más fotografías que en toda la era analógica. Supongo que lo dicen como un éxito. Yo personalmente lo veo como un desastre. Primero porque estoy un poco obsesionada con el exceso de imágenes y de objetos de arte (supuestamente) en el que vivimos y segundo porque tengo el defecto de mirar las fotografías como el que quiere ver una pequeña obra de arte, un intento al menos de hacer algo interesante. Naturalmente no tengo que decir que sufro continuamente con las estupideces que la gente fotografía y además estupideces que fotografían con un vano intento de inmortalidad. No hace falta que repita que detesto los selfies, ni detallar lo que haría con el famoso palo de selfie a todos y a cada uno de los que lo compran y lo usan. Pero sobre todo me resisto a aceptar ese carácter banal y frívolo que tiene hoy en día la imagen para esos millones de individuos que llenan Instagram, Facebook, YouTube y el mundo en general, de sus imágenes familiares, amaneceres insufribles, gatitos cursis y todo, todo, todo. En verano son los pies y el mar como fondo (o la piscina), ni qué decir de lo guapos que son todos nuestros hijos, lo bien que comemos, en las ferias de arte hay visitantes que sólo miran a través de la lente de sus cámaras. Es un agobio. Y lo peor de todo son esas personas (miles) que se creen artistas, que se creen que esas fotos que cuelgan orgullosos en las redes son maravillosas. Lo más amable que les puedo decir es que por suerte todas ellas desaparecerán cuando les roben, pierdan o cambien sus celulares. Porque en ese afán de multiplicar hasta el infinito el absurdo cotidiano, en ese ansia de lo absoluto de las redes y los soportes digitales, lo único bueno es que todo desaparece, que nada queda.…

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