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Mierda pública

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Homenaje al reloj de pulsera, en Plaza As Lagoas, A Coruña

Hemos abandonado hace demasiado tiempo el campo, los pueblos, las pequeñas ciudades. Nos hemos alejado de la naturaleza, apostándolo todo a una sola jugada: la gran ciudad. Cambiamos los árboles por las farolas y los semáforos, las vistas al campo por una fachada de ladrillos en primer plano. Las calles limpias y el olor a chimenea, o a tierra mojada, por el del tubo de escape y los contenedores de basura desbordados, y la suciedad en cualquier esquina.

Hace tiempo la ciudad era el futuro, el desarrollo, las posibilidades de mejorar tu vida, un lugar de oportunidades. Eso fue hace mucho tiempo, hoy las grandes ciudades son reductos de miseria, donde familias enteras, desde el abuelo a los nietos, bucean en los cubos de basura en busca de algo, lo que sea, que les permita seguir en pie un día más. Comedores para pobres que anteayer fueron trabajadores cualificados, familias enteras sin ningún ingreso…. Colas de hambre, esclavos en bici llevando hamburguesas a empleados de grandes empresas o funcionarios… Ya solo los migrantes del fin del mundo creen que en estos lugares puede haber oportunidades para mejorar. Solo se mejora cuando ya se ha perdido todo.

La ciudad pequeña, el pueblo, esa parte del país que se vació hace años hoy resurge como la llamada de la selva, de un cierto bienestar en el que los olores y el paisaje son atractivos innegables. Hoy hasta la publicidad de grandes marcas de ropa nos aconsejan que compremos menos, que le demos más uso a lo que ya tenemos, que no hace falta gastar tanto, que la ropa – y casi todo lo demás- puede durar más. Los pueblos, los villorrios (¡qué bonita palabra!), tienen hoy un atractivo que, siendo el mismo de siempre, hoy nos seduce mientras que nuestros padres y abuelos huyeron de él.

Empieza a invadir la naturaleza como una burla, un insulto no solo a la inteligencia sino a la esencia de lo que es el paisaje

Pero hay algo más. La gran ciudad, la ciudad como tal, siempre tuvo un cierto complejo de superioridad. Se cree mejor, más bella solo porque es más grande y más rica. Pero no es rica, es desproporcionada, y su riqueza cada vez ocupa menos sitios, aunque crezca sin medida lo hace solo para unos pocos. Hoy empezamos a pensar que la riqueza tal vez sea otra cosa. La ciudad nos expulsa, es antipática.…

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