Hemos vivido una década en la que parecía que todo lo que no fuera internacional, todo lo que no fuera exageradamente costoso, todo lo que no fuera avalado por la teoría y el mercado, no tenía ningún interés. Se han construido, al calor de la especulación inmobiliaria, cientos de edificios de coste millonario, muchos de ellos avalados por las firmas de los más grandes arquitectos internacionales, se ha contratado a los directores y comisarios de más renombre y se ha expuesto a artistas de carreras fulgurantes, ganadores de premios internacionales, históricos contemporáneos de cualquier país, extraños y olvidados, siempre de otros países. Lo más de lo más.
A cambio de esto nos hemos convertido en simples espectadores, el equivalente a ser votantes en política. Es decir: votamos y callamos, y miramos y callamos. Apenas significamos nada más que un número, una estadística. Los votantes de tal partido han sido tantos, ha habido un porcentaje tal de abstención…, y así los políticos se olvidan de nosotros hasta la próxima vez que necesiten nuestro voto. La respuesta es, obviamente, la abstención.
En cultura (especialmente en artes visuales) nos hemos convertido en porcentajes de taquilla, cifras que constatan el éxito o no de un proyecto, números para que los políticos acepten continuar pagando los costes del museo, las peticiones de su equipo directivo, pagando las adquisiciones de obras que se almacenan sin que nadie las vea. Una vez que hemos cruzado el control de seguridad y ya tenemos nuestra entrada, comprobante de que somos el visitante número equis, ya no importamos en absoluto. Nuestra opinión, nuestros intereses, no cuentan en absoluto. Ya hemos hecho lo que debíamos, lo que se espera de una ciudadanía muda que sólo tiene que formar parte del juego, eso sí, como espectadores nada más. El resultado es, también, la abstención.
Y las cosas pueden cambiar un poco, algo, moverse
Sin embargo, con la crisis, con este invento tan abstracto de la alta banca internacional, los ciudadanos estamos viendo que nuestro voto vale mucho, sobre todo si no se lo damos a nadie. Y sobre todo estamos constatando que para conservar alguno de los beneficios sociales del Estado hay que hablar, incluso gritar para decir nuestras opiniones, para decir lo que no podemos consentir. Y el ciudadano se ha lanzado, algunos por las ventanas, y muchos más a la calle, a las manifestaciones, a la protesta. Y las cosas pueden cambiar un poco, algo, moverse.…
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