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Los viejos

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Manoel de Oliveira en una imagen de archivo

Ahora que todo el mundo mira a los jóvenes, a esos bellos cuerpos, a esas caras sin arrugas, yo simplemente voy a hablarles de los viejos. No de las personas de la tercera edad, no, porque esos seres que pertenecen o habitan en la tercera edad, una especie de eufemismo que me recuerda a Encuentros en la tercera fase, me hacen pensar más en aliens que en humanos. Yo prefiero a los viejos, a esas personas que han vivido muchos años. Que fueron jóvenes y hermosos, y sobre todo cruelmente inteligentes. Ellos lo han vivido casi todo: guerras, dictaduras, miseria, desprecio, desamor, soledad, y lo han sobrevivido con la elegancia natural de los vividores. Los viejos son, esencialmente, vividores. A veces también tuvieron éxito, aunque eso es sólo un albur. Nunca fueron promesas, nunca fueron artistas emergentes, simplemente hicieron lo que quisieron, lo que pudieron, y algunos sobrevivieron a todo. Algunos, hoy, llevan bastón (tal vez más por coquetería que por necesidad), otros se maquillan y se disfrazan (más por necesidad que por coquetería). Estos viejos que a mí me gustan, a los que en secreto me gustaría parecerme algún día, son seres espléndidos, geniales, que poco a poco, e inevitablemente, van desapareciendo, como una especie en extinción. Hace unos días se fue Manoel de Oliveira con 106 años y 90 de carrera en el cine. Deja una obra única e irrepetible, realizada para un público escueto, nada para el gran público. Siempre fue un hombre elegante que repetía que no tenía tiempo suficiente para todo lo que quería hacer, y nos deja una frase que deberíamos celebrar como una de las pocas verdades que nos quedan: “Una revolución sin baile no es una revolución”.

Todos estos viejos han muerto apurando la vida hasta la última gota, trabajando hasta el final

Louise Bourgeois, que fallecía con 99 años, fue una señora exquisita. La última vez que la vi paseaba por Venecia bajo un gran paraguas que llevaba un Apolo negro que siempre la acompañaba, a pleno sol. Su afición a la noche y a la ginebra me recuerda a otra vieja esplendida, Rosa Chacel, que moría con 96 años, después de vivir, beber, y escribir, llevándose con ella una buena porción de historia de un tiempo difícil y maldito. Todos estos viejos han muerto apurando la vida hasta la última gota, trabajando hasta el final, escribiendo, filmando, creando, pensando como sólo puede hacerse con toda una vida ya vivida.…

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