anterior

Los años te dan la razón… o no

siguiente

Tracey Emin, My Bed, 1988

Si cualquier evolución personal resulta complicada, la de los artistas posiblemente es mucho más difícil. Porque cuando eres un joven artista casi cualquier cosa puede ser revolucionaria, una ofensa contra el sistema y todo se puede aceptar y permitir… pero seguir haciendo el mismo chiste veinte años después no le hace gracia a nadie. El tiempo pasa para todos, y todos van cambiando los tintes de pelo estrafalario por las canas, la ropa informal por la ropa de marca. Sin duda los miles de dólares ganados en el tiempo que va desde una radicalidad aparentemente ofensiva a la aceptación institucional ayudan para esa revisión de un pasado no siempre amable.

Tracey Emin, una de las mas salvajes y conocida entre los Young british artists expone en el Museo de Orsay, en París, lo que sin duda confirma su aceptación total y absoluta no solo por el mercado sino por la sociedad. Atrás quedan sus obras más características, como My Bed (1988), la cama en la que pasó días fumando, comiendo y bebiendo y, al parecer, llorando después de una ruptura sentimental, entre preservativos usados, botellas de vodka vacías y ropa interior manchada de sangre; o Everyone I Have Ever Slept With (1995), la tienda de campaña en la que escribió el nombre de todos los hombres con los que, hasta ese momento, se había acostado, aproximadamente un centenar. Ahora pinta, y de alguna manera dice que se arrepiente de haber mostrado su intimidad hasta esos puntos extremos. Hoy pinta una abstracción tal vez demasiado ligera para su firma, y pretende impresionar diciendo cosas como que “pintar es como darle un puñetazo a alguien”. No sé porqué, pero me suena a justificación.

Después de todo eso hacer un conejito de globos en metal brillante y venderlo como la obra más cara del arte actual debe parecerle una tontería

Claro que la pintura es una buena salida. Hay cosas peores. Por ejemplo, Nan Goldin pasó de la entrañable Balada de la dependencia sexual a una fotografía edulcorada, historias intimas que no le importan a nadie, hasta un paisajismo injustificable. A veces hay que conformarse con haber sido genial una sola vez en la vida, aunque duela. Claro que tenemos el caso de Jeff Koons que ha sabido amortizar económicamente cualquier pudor que le pueda causar la debilidad formal y conceptual de sus obras después de haber sido maravillosamente “marcel” por unos años con sus Hoover.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete