anterior

La tristeza

siguiente
Felix Gonzalez Torres, Untitled, 1991
 

Cuando dejamos la niñez atrás, cuando ya vamos acumulando años, recordamos aquel momento en el que perdimos la inocencia. Aquel día que sucumbimos a la tristeza por primera vez, lejos en el tiempo. Un día nos sentimos abandonados, solos, tristes. Lloramos ríos de un dolor vacío que no entendimos, y levantamos un muro defensivo que nos apartó del llanto durante años. La tristeza ya siempre nos acompañaría desde entonces.

Con el tiempo, con los años, nos vamos rodeando de pérdidas y comprendemos que tal vez la tristeza era eso. Ir perdiendo pedazos de nosotros mismos, generando heridas no tanto en el cuerpo como en ese otro cuerpo interno, frágil y transparente que algunos llaman alma. Nuestra alma se ha ido rompiendo y nosotros zurciendo los pedazos con cada amigo que perdemos, con cada muerte inexplicable, con cada zarpazo de la incomprensión. Los besos no recibidos ni dados, los abrazos que se enfriaron, los amores que no fueron más que espejismos… en definitiva con tantas formas de muerte y desaparición que hemos ido conociendo que acabamos pensando que la base de la tristeza es la soledad, o la pérdida, o las dos cosas. Pero no solo eso, la tristeza es mucho más, algo tan profundo y antiguo como los hoyos de los meteoritos que han caído sobre la tierra en toda su historia.

Un profundo dolor en el pecho y unas ganas de llorar que no consiguen realizarse

No es melancolía, ese estadio que se ha idealizado y vulgarizado a lo largo de la historia, desde asociarlo con la “bilis negra” hasta acabar llamándolo simple y fríamente depresión. Si la melancolía es característica de poetas y románticos, de damas elegantes y lánguidas, y representa un no ser, o no estar, que al parecer es esencial para encender la llama de la creatividad, la tristeza es el abandono. Un profundo dolor en el pecho y unas ganas de llorar que no consiguen realizarse. La tristeza es vulgar e incómoda, todos la tenemos, no es algo mágico ni que nos empuje a escribir, todo lo contrario, la tristeza nos hace cuestionarnos cualquier esfuerzo y repasar, tristemente, todos nuestros fracasos uno tras otro, llegando hasta la humillación.

No es tampoco la soledad. Aunque coinciden en su forma invasiva de dominarnos. La tristeza es personal e intransferible y posiblemente cada hipotético lector la sienta de forma diferente, y todos tienen razón. La tristeza es una y un millón a la vez.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete