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La cultura

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Eliot Porter, Balsam Spruce Forest, 1968

En una semana, a veces en un sólo día, hay tiempo suficiente, motivos suficientes, para pensar en qué es la cultura, cómo la medimos, cómo la vivimos, qué significa para cada uno de nosotros. Personalmente creo que sin cultura la vida no tiene sentido. La vida es apenas vida sin cultura. Claro que, para mí, cultura es desde pasear con mis perros por la calle de una ciudad, hasta una función de teatro Kabuki y entre una cosa y otra pueden ir poniendo libros, música, jardines, experiencias, cine, conversaciones, comida, casi todo menos esa cosa absurda, sangrienta y terrible que son las corridas de toros. La cultura tampoco es necesariamente conocimiento, he conocido personas sin estudios, sin másters, con una cultura infinitamente más amplia y generosa que catedráticos, escritores o artistas. Todo puede ser cultura menos el uso político de la cultura. Hay pocas figuras más despreciables que la del mal político, ese individuo elegido para regir, organizar cualquier aspecto de lo público y que no sabe hacerlo ni le interesa en absoluto. Y sé de sobra que cuando ese ser despreciable es un presidente, un Ministro de Hacienda, Economía o Interior, las consecuencias pueden ser muy terribles. Pero cuando ese mal político tiene que encargarse de la cultura, lo que produce es un dolor íntimo, una herida causada por el desprecio y por la ignorancia. Porque es como tener un amante que no te quiere y al que además no le interesa el sexo: un castigo, una desgracia, una humillación.

Esta semana ha sido muy agitada en general, pero simplemente lo ha sido porque los sucesos que han llenado sus días nos han recordado a otros acontecimientos similares, otros días parecidos, tristemente parecidos. La muerte, no por predecible menos terrible se ha llevado a varias figuras principales de la cultura, a Helena Almeida en las artes plásticas; y a Jerry González y Charles Aznavour, en la música. A muchos más que no fueron famosos, a muchos que esta noche olvido, porque hay tantos otros que no puedo olvidar y que murieron antes, amigos y desconocidos, famosos y humildes servidores de esa señora enorme que se llama cultura. Lectores, aficionados, personas que disfrutan con un sonido, con una acción, con una narración, que hicieron de su vida una sala de cine y de exposiciones, un pedazo de una biblioteca… muertos y olvidados inevitablemente.

El cambio de un gobernador arrastra la destrucción de un trabajo de años, el cambio de un director injustificado que arruina un museo modélico

Pero también hemos asistido a otras heridas que no acaban de cicatrizar pues se empeñan en rascar las costras hasta que vuelve a brotar la sangre.…

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