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Intelectuales

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Raúl Belinchón. Cine Empire I. Serie Patio de Butacas. Cortesía del artista

El recién fallecido Gabriel García Márquez afirmaba que un escritor no es necesariamente un intelectual, pero sí es, siempre, un sentimental. Richard Wagner, explicaba, hace mucho más tiempo pero en una línea similar, que lo que quería un artista no era que lo entendiesen, sino que lo quisieran. Es decir, que no parece ser la cabeza sino el corazón, no el conocimiento sino los sentimientos, los que pueden acercarnos al mundo de la creación, del arte… de la inteligencia. No sabemos porqué la inteligencia emocional está tan alejada de la otra inteligencia, ¿la racional? ¿La que no entiende de emociones? ¿Cómo llamarla?

Todo este tratamiento de palabras, textos, lo único que ha conseguido es alejar la obra de su destino: la gente

Sin embargo y a pesar de lo que los artistas dicen, incluso de lo que parece que son llamadas encriptadas para que no nos dejemos engañar con cantos abstrusos de sirenas intelectuales, la realidad es que la creación, tanto la literaria como la plástica y por supuesto todas las demás, se han envuelto a lo largo del siglo XX en una capa protectora hecha de discursos, teorías, génesis y exégesis, explicaciones, adaptaciones, apropiaciones, resúmenes, traducciones, que las han vuelto extremadamente difíciles de acceder al meollo que se debe encontrar debajo de esa capa, muy parecida a la que le concede la invisibilidad a Harry Potter. De hecho parece que no existe nada más que la capa, que ha devorado lo que quería proteger, transformando la invisibilidad en desaparición. Todo este tratamiento de palabras, textos, lo único que ha conseguido es alejar la obra de su destino: la gente. Esa gente que a veces llamada público, otras taquilla, y a la que casi nunca se hace caso. El director del Pompidou decía hace poco en una reunión de directores de museos que era hora de hacerle caso al espectador, al público, a la gente. Pero parece que las palabras sencillas se vuelan con el viento, mientras que las teorías más complicadas caen sobre el suelo y no hay quien las mueva, porque ahí se quedan, se instalan, y ya nadie puede mirar una exposición sin un folleto de mano, una guía explicativa, un panel informativo… Aunque el catálogo ya es demasiado y nadie lo va a leer… salvo el que lo escribió y algún estudiante que tenga que hacer la tesis… además de los colegas del autor que quieran hacer la antítesis.…

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