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Evelyne Axell, Ice cream, 1964
Evelyne Axell, Ice cream, 1964

El arte siempre ha tenido una aplicación esencial para aprender cómo es el mundo, para contarnos nuestra propia historia, nuestros sentimientos. La Iglesia siempre lo tuvo en cuenta y ha sabido utilizarla para que todos sepamos su historia, sus secretos y sus mandatos al pie de la letra. Para ello nos lo han contado con imágenes, a una sociedad analfabeta se le enseña con imágenes. El arte clásico ayer, como el cómic y el cine hoy, nos cuentan qué somos y cómo actuamos, o tal vez cómo quisiéramos ser y actuar. Hace unos días leía un texto en el que nos explicaban Qué es una chica y para qué sirve (Ana de Miguel Álvarez, EL PAIS, 14 de mayo) en una sociedad donde se habla continuamente de igualdad de género, pero en la que la pornografía nos explica para que sirve una chica. Yo añadiría a la pornografía, algo construido por y para el macho, el arte, la pintura, la fotografía y, por supuesto y tal vez por encima de todo lo demás, el cine. Todas ellas, formas de expresión en los que es el macho el que reina y decide. En ese excelente texto nos detallaban cómo se aprende sexo con una pornografía basada en la violencia sobre la mujer, y que las páginas porno más visitadas son aquellas en las que peor se trata a las mujeres, simples objetos que sólo sirven para el placer del hombre.

La ventaja del arte, y del cine, sobre la pornografía, es que tiene un mayor prestigio social y generalmente una mejor calidad en la factura y unas intenciones polivalentes, pero sus temas, sus formas, repiten la misma idea en cuanto aparece la mujer: o emblema de la pureza y la maternidad o simple objeto de deseo, trofeo en las guerras, su uso sexual es indiscutible desde la más lejana iconografía. La representación de la mujer en el arte nos enseña lo que es una chica y para qué sirve muy claramente, y así se ha ido pasando de unas generaciones a otras. O es la Libertad guiando al pueblo, o una adusta madre leyendo en un rincón del salón (Whistler), o simplemente somos putas de la calle de Aviñó, en Barcelona, Olimpias empolvadas y con un lazo al cuello esperando al cliente, diosas desnudas raptadas por guerreros vestidos, violadas en nuestras propias habitaciones… Somos el origen del mundo convertido en un precioso coño (Coubert).…

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