anterior

Huellas de otro mundo

siguiente
canción

Gabriele Basilico, Beirut, 1991. Cortesía del artista

Estamos tan hartos de todo que vemos o creemos ver huellas, signos, de otros mundos, de que otro mundo, otra vida, puede ser posible. No en vano (¿se han dado cuenta?) en los últimos meses la búsqueda de otros planetas que puedan albergar vida se multiplica. Eso sí, están demasiado lejos para ir el próximo puente y, lo peor de todo es la pregunta que nadie contesta: ¿buscamos vida como la nuestra o un lugar adonde poder huir de la vida que llevamos en la Tierra? Esta búsqueda cada vez más angustiosa no puede ser una coincidencia. En cada nuevo político, en cada nuevo movimiento social, buscamos algo diferente, una limpieza y honestidad que nos devuelva algo de fe y esperanza, incluso a los que no somos creyentes, incluso los agnósticos esperamos un milagro. Como decía Santa Teresa (creo), a Dios se le encuentra en los pequeños detalles, y nos ponemos a mirar la letra pequeña, los detalles marginales, pero nada parece cambiar.

Y en eso como cada año, se celebra el Festival de Eurovisión, un evento hortera que incomprensiblemente sigue existiendo avalado por todas las radiotelevisiones de Europa y al que cada país, desde hace décadas, lleva lo peor de cada casa. Se supone que es de música pero realmente actúa como un hecho catártico donde vemos reflejado lo peor de cada casa: mal gusto, músicas pachangueras, personajes insalubres, efectos luminosos horteras, un desfile de frikis sin elegancia ni originalidad en el que se premia el más zafio cada vez; hemos visto desfilar gente descalza, nos han enseñado el culo, han salido a actuar con monos y otros animales, se ha hablado de todo menos de música. En un tiempo, ya remoto, fue un intento de unión europeo a través de la música popular de cada país, se presentaba un pop de calidad, reflejo del nivel musical de cada país en su circuito de música de moda, un pop sincero. Pero su deriva nos ha llevado a esta caricatura de nosotros mismos que en cierta forma nos refleja a todos: mal gusto, hedonismo de la peor calidad, y una música de “chunda chunda” de la peor calidad, cantantes de feria de pueblo y el desprecio al contenido, a las letras, a la música, a las canciones. Si antes los televidentes europeos la veían con placer, hoy se ve como risión, como burla.

Esta pequeña canción de amor ha enloquecido a todos

Sin embargo, este año, sin previo aviso una pareja de hermanos han sido los ganadores: una mujer que es la autora de la canción y un hombre que la ha interpretado, que vienen del último extremo del sur más pobre de Europa, de Portugal, ese país desconocido y maravilloso, elegante y culto, un país que aún mantiene algunos gestos de la elegancia antigua y un cierto respeto por la canción y por la música.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete