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Adiós a la cultura

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Nazif Topçuoglu, Poetry Reading, 2001

Hablaba hace unos días de libros, novelas, premios literarios y metaliteratura, y la cosa fue desviándose hasta que me dice: “bueno eso es lo que buscan todos los escritores, es en eso en lo que piensan y por lo que escriben: hacer un bestseller y ganar mucho dinero para poder escribir otro bestseller que todo el mundo compre…”. Ante mi sorpresa, culmina la experiencia diciéndome “no me vas a contar que nadie escriba por otra razón, ¿no?”. Aunque inocentemente le hable de la diferencia entre novelistas y escritores, entre Ken Follet y, por ejemplo, Enrique Vilamatas, entre unas y otras y unos y otros, le intenté hablar de esa necesidad abstracta de contar algo, la idea – al parecer ya anticuada- de las ideas, del trabajo sobre la propia lengua, de los contadores de historias en las fronteras de la realidad… de tantos libros increíbles y maravillosos que por supuesto ella no conocía ni al parecer le interesan. Finaliza la charla con un “no me cuentes cuentos chinos, venga, otro vinito, que todo el mundo quiere lo mismo, coño, ganar dinero. Los escritores solo quieren vender su libro”. Entonces empecé a darme cuenta que tal vez, igual que hay escritores que nunca han pensado en escribir un bestseller y que escriben sobre sus ideas, obsesiones, necesidades, el mundo, la vida de los otros… el lenguaje, la pura vida, y otros que llenan las estanterías de las librerías de las estaciones y aeropuertos, que son lecturas de un día, olvidadas incluso antes de acabar. Igualmente hay lectores que leen solo por pasar el tiempo y olvidarse de todo, solo quieren historias con planteamiento, nudo y desenlace, para los que la metaliteratura es una estupidez (“se creerán listos, eso corta el hilo”). Y otros, pobres, pueden releer el mismo libro toda la vida, enamorarse de un párrafo y encontrar las razones para seguir adelante al leer una simple frase que le reenganche con algún sentimiento olvidado.

No me hace falta nada más para perdonar tanta ambición e ignorancia

Me pasa lo mismo con el arte. Ante la ingente producción de obras de todo tipo, de artistas o similares, de ferias, de espacios alternativos, de todo menos de arte, siempre me acuerdo de un pequeño dibujo de Masaccio en la Alta Pinacoteca de Munich. No me hace falta nada más para perdonar tanta ambición e ignorancia. Y recordar una vez más a Luis Camnitzer repetirme eso de que “en una sola promoción de la Escuela de Bella Artes de Nueva York se producen, si se producen, más artistas que en todo el Renacimiento.”…

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