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Gira, gira y vuelve a girar

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Bienal de Venecia

Jeff Koons. Jeff in the Position of Adam, 1990.

Como si viviéramos en un tiovivo en continuo movimiento, la vida gira, gira, y siempre pasamos una y otra vez por el mismo paisaje, una y otra vez vemos al señor que cobra las entradas, una y otra vez lo mismo, lo mismo, lo mismo. Cada vez que se van conociendo los representantes oficiales de los pabellones de una Bienal tan seria como la de Venecia, todo parece un regreso al tiovivo, y al absurdo.
Primero, un artista (por lo general joven) emergente hace una obra radical que es inmediatamente repudiada por el stablishment. Inmediatamente, of course, triunfa y algún galerista nada emergente le acoge, expone y promueve. Sus obras, por lo general absolutamente sustituibles por las de sus colegas de generación, se convierten en iconos de una época. Por supuesto aquellos que las venden y las promueven, no las colgarían nunca en su casa, pero business are business.

Han cambiado la ira y el insulto por el éxito, la fama y una cuenta corriente en libras o dólares, suficientemente importante como para poder repetir el chiste durante toda su vida

El tiempo pasa y el tiovivo sigue girando, varias vueltas después, aquellos jóvenes airados ya no son tan jóvenes ni tan airados, aunque siguen pretendiendo escandalizar con algo que no escandalizaría ya ni a Rouco Varela. Han cambiado la ira y el insulto por el éxito, la fama y una cuenta corriente en libras o dólares, suficientemente importante como para poder repetir el chiste durante toda su vida. Es el momento del reconocimiento oficial, que el artista acepta ofendido, rechaza dignamente a cambio de unos cuantos minutos de fama y de revalidar su actitud contestataria, una actitud que se asienta en un bien cimentado soporte financiero. Mientras ese artista cubre el ciclo de la vida (nace, escandaliza, se enriquece, es reconocido, se mustia a la sombra de lo que fue) siguen surgiendo nuevas larvas de artistas provocadores cuyo tema es la provocación que aspiran a seguir ese mismo proceso evolutivo.
Mi pregunta sería siempre la misma: ¿Qué pasaría si todos aceptásemos que la creación es absolutamente libre y no nos escandalizásemos por cualquier tontería? Más claramente, si aquellos cínicos que no se escandalizan ni de matar a su padre no fuesen los encargados de dictar lo que es arte, o lo que es mejor, o no dominasen el mercado, posiblemente nadie se escandalizaría de nada. Al poder ni le importa, ni le escandaliza nada de lo que controla.…

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