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Ficción y realidad

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John Everett Millais, Ophelia, 1851
John Everett Millais, Ophelia, 1851

A veces la ficción nos describe la realidad con mucha mayor precisión que eso que creemos que es la realidad. A veces la realidad no es más que una escuálida sombra de lo que la ficción ofrece. Dice Margaret Atwood en el prólogo de The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada) que todo lo que cuenta en su historia ha sucedido en algún momento de la historia, en algún lugar del mundo. Nada es inventado, pero el resultado es una ficción que duele como una realidad que nadie parece querer ver. Parece que para llamar la atención sobre la realidad lo más útil es recurrir a la ficción, pero ¿Qué sucede cuando la ficción está a su vez formada por la realidad?

Sin duda la distancia sirve para apreciar las cosas mucho mejor. A mí me enseñaron que para poder apreciar correctamente un cuadro, una pintura, hay que alejarse aproximadamente una distancia similar al doble de la extensión del cuadro. Alejarse para ver mejor el detalle, el conjunto, para comprender mejor lo que se nos pone delante. Porque la vista no sirve para ver, al menos no exclusivamente. Es el contexto, la capacidad de relacionar unas cosas con otras lo que nos permite reconocer las cosas y las personas. También, por supuesto, las situaciones. La capacidad visual no es sólo cuestión de dioptrías, es nuevamente la mente. Como diría alguno “es la mente, idiota”. Sí, querido idiota: es la mente. Todo está en la mente. En la mente se construye la ficción como un inmenso políptico que después definimos como realidad. Y es la distancia la que a veces nos refleja nuestra más inmediata circunstancia. Ahora comprendo que para entender lo que hoy sucede, lo que sucederá mañana, no hay mejor forma que alejarse el doble de extensión de la imagen que estamos viendo. Dar un paso atrás equivale a dar un salto de gigante hacia adelante.

Todas muertas, todas olvidadas, porque aunque recuperemos a cientos, a miles, quedan siempre más por rescatar de un naufragio universal

Nunca me gustó Edward Hopper, pero hoy comprendo, en la distancia que la memoria guarda sus cuadros, que eso que vemos en sus pinturas que parecen carteles es simplemente la historia de nuestra soledad. El retrato silencioso de esa melancolía inexpugnable del viajero solitario, que en definitiva somos todos, pero muy especialmente las mujeres. Me gustaría preguntarle cómo vio tan claramente esa sensación que sólo las mujeres sentimos cuando nos quedamos solas en cualquier habitación, en ropa interior.…

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