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Feos, malos y asquerosos

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Theresa May y su esposo Philip dan la bienvenida a Donald y Melania Trump al Palacio de Blenheim el jueves por la noche en Woodstock, Inglaterra | Foto del grupo WPA por Geoff Pugh

Cuando analizamos la historia, el tiempo pasado, con sus guerras y sus logros, con sus personajes odiosos y con aquellos otros que hicieron avanzar al mundo, inevitablemente lo hacemos a través de los archivos y del arte, de las hemerotecas y de los documentos sonoros y visuales. Del arte, primero la pintura y después, también, la fotografía, y a partir de hace un rato también del cine, sea histórico o ficción. Retratos de reyes y príncipes, de amantes y herederos, de ricos burgueses y de guerreros invencibles. Biopics más o menos logrados, más o menos verídicos que nos harán creer en las mentiras y olvidar las verdades; algo que realmente no importa demasiado porque así se ha escrito siempre la historia: como una ficción contada por varios autores a la vez.

Cuando en el fututo investiguen en los archivos del pasado, ese pasado que es hoy nuestro presente, lo que encuentren entre fotos, vídeos, caricaturas e informaciones, será el retrato de nuestra época, el retrato de un tiempo que ya pasó pero que hoy está sucediendo. Si esto fuera una película de viajes en el tiempo podríamos hacer algunos cambios, más que nada para dejar una imagen un poco menos vergonzosa.

El arte de este momento en que vivimos es desordenado y feo, apela al conocimiento y al discurso, pero se aleja del sentimiento

Lo que dejaremos como señas de identidad de este tiempo será el rastro de la desigualdad y el desprecio por el otro, la huella de la desesperación, el miedo a todo. La amargura de un mundo que no aspira a nada más que a sobrevivirse a sí mismo, lleno de injusticias y sin futuro. De hecho, tal vez ese mañana de estudiosos del pasado en archivos del presente ni siquiera exista. El arte de esta época tampoco será un ejemplo de orden y control del caos precisamente, será un arte tan amargo y desagradable como este tiempo en el que, pudiendo, no solucionamos casi nada, en el que teniendo medios casi ilimitados seguimos perfeccionando las formas de matar en lugar de las formas de vivir.

Por supuesto que tiene que ser así, no debemos olvidar que el arte de una época siempre refleja el espíritu de ese tiempo, exhala el hálito de esas bocas que sueltan discursos y leyes como gritos en el vacío. El arte de este momento en que vivimos es desordenado y feo, apela al conocimiento y al discurso, pero se aleja del sentimiento y de esa especie de belleza que nos arrastra al límite de nosotros mismos.…

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