Hace unos años una famosa cantante de copla española fue pillada por la prensa visitando una exposición en los Palacios del Retiro de Madrid, donde siempre hay exposiciones de arte actual a cargo del Museo Reina Sofía. Los periodistas, entre divertidos y sorprendidos, la esperaron a la salida para preguntarle qué era para ella el arte. La flamenca, entre sorprendida y divertida, no se lo pensó mucho, y contestó, con una sonrisa de oreja a oreja y una caída de ojos: “Ay, el arte, el arte… el arte es una cosa muy abstracta”. Y se fue con sus amigos, dejando a los periodistas más sorprendidos que divertidos. Y es que efectivamente: el arte es una cosa bien abstracta. No lo podría haber resumido mejor ni nuestro adorado Ernst Gombrich. El arte es siempre una abstracción, incluso cuando no lo parece, incluso tal vez más cuando no lo parece. Y siempre ha sido así, en un bucle que puede empezarse en las cuevas rupestres (posiblemente antes) y cerrarse (por el momento) con una performance, desde lo que parece lo que no es hasta lo que no es lo que parece, y en medio de los dos puntos un universo de duda y confusión, de certezas imposibles y de millones de posibles, diversos, contradictorios mensajes. Todo puede ser cierto, pero como en la vida misma, puede ser también todo lo contrario.
Lo importante siempre es la pregunta, porque respuestas puede haber muchas.
Las interpretaciones del arte, todas, incluso en las que casi todos estamos de acuerdo no tienen por qué ser categóricamente ciertas, puede ser de otra manera. De este concepto abierto de significados se nutre toda la historia del arte, en la que a lo largo de los siglos los artistas de verdad han hecho lo que les ha dado la gana, lo que han podido, lo que no han podido evitar, triunfando o no, siendo reconocidos más o menos, algunos siendo olvidados, otros sin ni siquiera ser vistos. No importa. Realmente no importa cuando lo miramos diez, quince, veinte siglos después, tantos millones de vidas después, nada tiene importancia, pero al mismo tiempo de reconocer nuestra propia insignificancia, reconocemos que esa creación en libertad, a veces en estado de locura, durante tantos miles de años es lo único realmente humano de todo lo que hemos hecho. Con sus dudas y errores, con su ingenio y su torpeza… en esos rasgos, en esas formas, no podemos dejar de reconocernos porque obviamente está lleno de nosotros, somos nosotros.…
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