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El torbellino de la vida

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Jeff Wall, Un repentino golpe de viento al estilo de Hokusai, 1993. ©Jeff Wall / Photo © Tate

De repente, una música que no había oído en años, desde mi adolescencia, casi una niña, con tal vez 15 o 16 años. Jeanne Moreau en una película de François Truffaut (Jules et Jim) canta una canción (la pueden oír mientras leen este texto, en el link musical recomendado). De repente, los recuerdos, los amigos de antes (¿dónde estarán?), la Moreau, bellísima siempre, y estos recuerdos se encadenan a otros: otra película, Cabaret, aquel novio alemán de esas épocas ya oscuras de tanta luz que había, las playas de esos veranos infinitos, y de repente Reinhard Mucha y sus vitrinas metálicas inmensas y frías, como de una carnicería cerrada, en la galería de Manuel Montenegro, ¡cómo me han podido gustar tanto!, y mucho antes la galería Buades y Chiqui Abril, con un jersey que daba calor solo de verlo, en el patio de su galería con una instalación fantástica de Miquel Navarro, una de sus ciudades fascinantes de cuando todavía era un gran artista, Valencia no tenía ni el proyecto del IVAM, y Consuelo Ciscar no estaba en ningún sitio, y yo era una estudiante de arte fascinada continuamente, descubriendo poco a poco un mundo que efectivamente era un tourbillon, como cantaba Jeanne. Un torbellino de nombres y fechas, de caras y músicas, aunque ya no era Jeanne Moreau quien cantaba.

Tal vez por eso recordamos mejor los cuerpos de los hijos y los amantes y los domingos por la tarde por el olor

Parece que el olor es el sentido que nos lleva más hacia atrás en nuestros recuerdos, el oído después, la vista es la más inmediata. Tal vez por eso recordamos mejor los cuerpos de los hijos y los amantes y los domingos por la tarde por el olor. Las caras no estamos seguros de recordarlas, como si todos aquellos amigos y parientes fueran desconocidos, pero su olor, las canciones que oímos, las películas que vimos en aquellos cines que se llamaban Palacios y eran efectivamente inmensos lugares, eso no lo podremos olvidar. Y que eran tan grandes para que cupieran los sueños y la imaginación de todos los espectadores y de los acomodadores que las veían gratis todos los días, y de los que proyectaban desde arriba, casi desde el cielo.

Pero la música, ¡ay la música!, es parte de ese aire que forma las vueltas del torbellino que es la vida. La música y los bailes.…

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