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El síndrome del salmón

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Vincent Van Gogh. The Starry Night, June 1889

Hace mucho tiempo que debería haber escrito un texto como este. De hecho, desde hace mucho tiempo solamente debería haber escrito textos como este, en esta línea. Muchos artistas, teóricos, comisarios, galeristas, directores de museos y políticos culturales me han echado en cara esa afición mía tan extraña de hablar de dinero, de lobbies en el mundo del arte, de esa disfunción entre el público y la institución. Se quejan con toda la razón de esa obsesión mía por criticar, por buscar el problema donde según ellos, no lo hay. Porque el arte, ellos me insisten, es un mundo de belleza y de una pureza conceptual que lo convierte en un lugar sin sexo ni traumas sociales, allí donde el dinero no significa nada. Efectivamente un sector que genera tanto glamour, que viene produciendo belleza desde el origen del hombre, no debe ser cuestionado como si fuera cualquier otro sector social. “En arte no se debe hablar de dinero”, me dijo hace poco un famoso artista que milita entre la fotografía y las nuevas tecnologías, “eso sólo sirve para que nos sintamos incómodos los artistas”, añadía. Me recordó las palabras de mi padre que, malentendido por una yo joven y díscola, insistía en que una señorita no debe, nunca, hablar de dinero (claro que él añadía, sin duda en un exceso de amor paterno: ni de sexo ni de religión ni de política).

El dinero que les llegó en algún momento sin duda venía del cielo, como el maná, una lluvia providencial que viniendo desde arriba

Los galeristas se me han quejado más de una vez de que en vez de hablar de las preciosidades que cuelgan en sus exposiciones me empeño en buscar el detalle innecesario, una crítica sin duda molesta: que si este artista hace lo que aquel otro ya hizo, que si sus vínculos con este o aquel otro sector facilita o perjudica… sin duda tienen razón, porque esa belleza de los paisajes, con esos cielos azules, deberían tranquilizarnos, hacernos olvidar los problemas de la realidad. Porque, según estos amigos que me aconsejan sin cesar con la mejor de las intenciones, el arte es un refugio para la calma, para la felicidad. No hay que mezclarlo con la vida real, llena de problemas, injusticias, prepotencia, miseria… aspectos todos ajenos a la creación, distribución y gestión de la cultura, y sobre todo de las artes plásticas. Es por eso por lo que sus representantes nunca aparecen protestando por nada (excepción obvia del iva cultural, que ya les vale) casi nunca y casi ninguno.…

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