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El final de una época

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Giovanni Paolo Pannini, View of Castello di Rivoli. © Museo Civico d’Arte Antica

Todos los que llevamos años, muchos años, “haciendo” las ferias internacionales de arte, que son muchas, nos conocemos. Tal vez no todos sepamos como se llaman todos los otros, pero nos saludamos como viejos amigos que han pasado juntos por muchas vicisitudes. Cuando digo “haciendo” quiero decir estando en las ferias con stand, trabajando, no simplemente de visita. Aunque algunos visitantes también son bienvenidos en este club de resistencia artística. Nos conocemos desde hace años, desde que éramos jóvenes; nos hemos visto envejecer, madurar, cambiar. Nos conocemos parejas diferentes, incluso hemos bailado agarrados en algún momento de alguna noche en la que ya no podíamos más. Hemos bebido y brindado, y nos hemos visto ojerosos al día siguiente, muchos días siguientes a lo largo de décadas. Bueno, toda una vida viéndonos unas cuantas veces al año. Algunos quedábamos de feria en feria para cenar, tomar unas copas, hablar… Algunos nos hicimos buenos amigos realmente. No existían (o al menos no usábamos) las redes sociales, con la cantidad de ferias que hay no hacía falta, realmente. La verdad es que hemos pasado juntos muchas horas de nuestras vidas.

Ya sé que a algunos lectores esto les parecerá increíble, a mi me parecía inhumano, pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que las ferias de arte no duraban solo cuatro días más la inauguración y un día solo para VIPS (sea esto lo que sea); duraban mucho más, e incluían un fin de semana, casi dos semanas enteras. Comprenderán que eran tiempos heroicos, ir a Colona a art’Cologne o a la FIAC de París era estar fuera del despacho, de tu casa, casi quince días. Esos quince días eras otra persona, tenías otras actividades, dormías en un hotel, estabas todo el día fuera, tratando con gente diferente, con este grupo de amigos que, como tú, formabais una especie de desplazados laborales, de refugiados del mundo artístico, en unos campamentos temporales lujosos durante un montón de días. Las ferias parecían interminables, la única ventaja es que se llegaba a generar una especie de sentido de pertenencia. Insisto en que todos nos conocíamos, y podíamos estar comiendo en la mesa de al lado del director de cualquier museo del mundo, apoyados en una barra de un bar junto a Jeff Koons, comer al lado de James Lee Byars, jugar al futbolín con Cattelan o tomar unas cervezas con Thomas Ruff…. Todo eso te vacuna contra la mitificación y la idolatría.…

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