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El dolor

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François Guillaume Ménageot, El martírio de San Sebastián, s. XVIII, cortesía de Haggerty Museum of Art (Milwaulkee, Estados Unidos)

Mi generación y todas las anteriores hemos sido educadas en el terror. Espero que las actuales ya no tengan que sufrir todas esas pesadillas nocturnas que acompañaron la infancia de millones de personas. La religión tiene la culpa. Todas las religiones que nos educan en el terror al pecado y nos intentan ilusionar con el sueño de las once mil vírgenes (¿cuántas?), el paraíso y otras ideas propias de cuentos infantiles. Pero solo la religión católica ha sabido (y podido) utilizar las imágenes como ilustración perfecta para estas historias para no dormir. Esa es la historia de la mayor parte de la historia de la pintura clásica.

El arte, la pintura especialmente, ha sido siempre el canal perfecto de ilustrar las historias de los dioses. Los dioses del Olimpo fueron caprichosos y terribles en sus deseos y castigos. Zeus, Atenea, Apolo, Baco, y el resto de la familia se caracterizan sobre todo por sus deseos carnales, las formas de cumplirlos son propias de tiranos (raptos, violaciones, transformaciones de humanos en animales o cosas…) pero su fuerte, tal y como cuentan las historias escritas, orales y las pinturas que las recogen e inmortalizan como imágenes y obras maestras, no es la tortura, el martirio y el dolor y la muerte. No, su fuerte es el deseo sexual, la belleza, la imaginación, unos cuerpos rebosantes de vida y de lujuria.

El arte, la pintura especialmente, ha sido siempre el canal perfecto de ilustrar las historias de los dioses

La llegada del monoteísmo cristiano, la figura de Dios padre, de Jesucristo como su único hijo hecho hombre (básicamente para sufrir torturas inimaginables y morir en la cruz con la excusa de salvarnos, cosa que hasta la fecha no ha sucedido), y la de su familia desestructurada y todos sus amigos y seguidores se transforma en la pintura religiosa como un catálogo de atrocidades que solo la Inquisición (la “Santa” Inquisición) supo entender adecuadamente y convertir en manual de torturas para todos los siglos posteriores. Solo la Virgen y San José se salvaron de ser torturados, la Virgen subiendo al cielo en vida en una carroza de fuego, con llorar y ver en primera fila la tortura y muerte de su hijo tuvo suficiente.

El Espíritu Santo se libró, milagrosamente, de ser asado y devorado por los hambrientos fieles de la época, o de que algún campesino le acertara con una piedra en pleno vuelo.…

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