Hay mucha publicidad en torno a la idea de que “la gente es maravillosa”. Efectivamente, al margen del obvio interés en adular y que una marca comercial sea más querida por esa “gente maravillosa”, es cierto que las ocurrencias de la gente normal, esa que se reúne en un bar a tomar café o una cerveza, la de las personas de la calle que opinan, en sus círculos, clara y honestamente, suelen ser llamativas para todos los que se pierden en derivas lingüísticas, en trampantojos verbales que ocultan más que dicen. Una de las frases leídas en pancartas en el 15-M en Madrid, en pintadas en todo el país, fue un brillante “Dimitir no es un nombre ruso”. Los políticos, los banqueros, aquellos que detentan el poder, se hacen “los suecos”, como decimos por el sur, para no afrontar sus responsabilidades. Es muy fácil confundir “dimitir” con “dimitri”, pero no es lo mismo aunque el auto corrector insista en corregir lo que no es un error. Hoy ha abdicado el Rey de España, lo que viene a ser dimitir para el resto de los mortales. He oído la noticia en un bar y una chica le comentaba a su amiga “¿se dice abdicar, no?, que viene a ser dimitir”. Él abdica, el líder de la oposición dimite, los secretarios generales del partido socialista dimiten casi en masa… ¿estaremos ante una epidemia de responsabilidad? ¿Cuántos niños se llamarán Dimitri dentro de nueve meses?
Hoy pienso qué gran descanso debe quedar al decidir que se acabó, que ya no se hará nada más
Puestos a dimitir, abdicar, a irse en definitiva, creo que nunca se va suficiente gente. Podrían empezar a dimitir los jefes financieros de este mercado que nos está asfixiando. Podrían seguir todos esos directores de hospitales que se preocupan de todo menos de la salud, los ministros y diputados corruptos, los funcionarios vagos… los artistas sin imaginación, los profesores que no enseñan, los cantantes que cantan mal, los cocineros que no saben guisar, los futbolistas que no meten goles… Hace unos días Philip Roth, uno de los grandes escritores vivos, anunciaba que se retiraba, que abdicaba, que ya no volvería a escribir. Imré Kertesz lo hizo hace unos meses. Entonces escribí que la creatividad no es una obligación, que todos tenemos derechos a parar y dejar de producir. Hoy pienso qué gran descanso debe quedar al decidir que se acabó, que ya no se hará nada más.…
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