La idea del suicidio es una de las más románticas de la cultura occidental. Los suicidas permanecen para siempre jóvenes y hermosos, ellos renunciaron a la vida, dieron un paso hacia la nada, hartos, aburridos, deprimidos, no pudieron aguantar la fealdad y la maldad de un mundo mediocre y aburrido. Se les rinde culto a través de los años y sus obras, si finalmente las consiguieron realizar, se potencian hacia el infinito, se revalorizan y, casi siempre se convierten en tópicos de una sola lectura. Sin embargo, detrás de cada suicidio hay una tragedia, un fracaso, una tristeza irresistible. Es difícil comprender a los que se han cortado las venas, se han tirado por un balcón… sobre todo si dejan detrás una familia, un cierto éxito, un bienestar económico, un reconocimiento. Imposible si son jóvenes con toda la vida por delante… aunque ese sea tal vez el miedo absoluto: toda una vida por delante.
En su familia parece que hay un gen de inteligencia especial, sus hermanos, su padre, sus hijas, artistas y profesores; su sobrino, el padre de la historia americana…
Pero el por qué unos se suicidan, toman la gran decisión, y otros no lo hacen, incluso en situaciones más adversas, es el gran misterio. No se puede hablar de que los suicidas sean débiles ni enfermos, pues toman una decisión imposible para la mayoría. Viendo la fotografía de Diane Arbus, que hoy tendría 91 años, me ha sido imposible no fijarme en esa mirada triste, mirada de una persona condenada a vagar por un desierto, condenada posiblemente a la infelicidad. No por haberse separado, somos millones los que nos hemos separado. En su familia parece que hay un gen de inteligencia especial, sus hermanos, su padre, sus hijas, artistas y profesores; su sobrino, el padre de la historia americana… Nemerov es un nombre destacado en la cultura americana. Tal vez ese gen implique también la tristeza, el desánimo. Pero lo cierto es que ese gesto final se debe a una acumulación de tristeza, de soledad y desesperación que resulta inaguantable. No suele ser el resultado de un mal día, sino de una mala vida. Diane, que hoy tendría 91 años, sufría cambios de carácter, depresiones, como su madre; una vida de tristeza asoma en su mirada, en una cara casi infantil, pero cansada por el peso de toda una vida, posiblemente por el peso de más de una vida.…
Este artículo es para suscriptores de EXPRESS
Suscríbete