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De coches y monstruos

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Vista de la exposición Motion. Autos, Art, Architecture

En Estados Unidos hay una máxima (lo que en España viene a ser los refranes) que dice que hay tres cosas que un hombre no puede dejar a nadie, que nadie puede usar más que él. Esas tres cosas son la pluma estilográfica, la mujer y el coche. Creo que la más importante de las tres resulta ser finalmente el coche. La llegada del automóvil, esa capacidad de individualizar tus desplazamientos, significó desde el inicio un signo de poder económico y social. Efectivamente, si hasta ese momento prácticamente robar un caballo se castigaba con el ahorcamiento inmediato, pues suponía dejar al propietario del caballo expuesto a todos los peligros y sin capacidad de seguir adelante, y muy posiblemente en peligro de muerte, el coche no significaba tanto ese peligro, pero sí se convirtió de inmediato en una especie de representación de la masculinidad. Rápidos, fuertes, independientes. Un objeto de lujo primero, una necesidad y herramienta imprescindible después, y posiblemente en breve tiempo, unas máquinas antipáticas sobre las que no tengamos dominio, mas allá de su propiedad.

Tampoco queda muy clara esa relación del automóvil con el arte y con la arquitectura

También, y en ocasiones, sobre todo, el automóvil tiene unas connotaciones sexuales que la sociedad de los sesenta implantó de forma impecable en la música popular y por supuesto en el cine. El coche de James Bond era una representación paralela de la masculinidad, la sexualidad, el valor y la habilidad del propio agente del MI6 inglés, con permiso para matar, por cierto. El coche, la furgoneta de los adolescentes americanos, era el primer espacio sexual, donde iniciaban sus relaciones con sus primeras novias. “Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000”, cantaban Los Inhumanos en la España de 1988, aquí no teníamos Chevrolet ni Lincoln ni Cadillac ni esos coches enormes de las películas en blanco y negro con las que nos educó Hollywood. Cuando el country, y más tarde los Beatles cantaron aquello de “Baby, you can drive my car”, el trasfondo sexual no se nos ocultaba a nadie. Hasta en Google te explican “qué hay detrás de esa expresión”. Y lo que hay es simplemente, sexo.

Nada de esto se explica en la exposición que se puede ver en el Guggenheim de Bilbao, Movimiento. Automóvil, Arte y Arquitectura, muestra patrocinada por Volkswagen, e Iberdrola, habitual del museo. Tampoco queda muy clara esa relación del automóvil con el arte y con la arquitectura, a pesar de un puñado de obras desde cuatro fotografías de Ralph Eugene Meatyard, algún Warhol, Le Parc, un dibujito de Sonia Delaunay, tres grabados de Ed Ruscha, un Donald Judd, otro John Chamberlain y algunas cosas más.…

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