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Cuestión de precio

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Cildo Meireles. Árvore de dinheiro, 1969.

Vivimos unos tiempos en los que la compra y la venta parecen los protagonistas de todas las escenas, por supuesto de la política, donde cada día tenemos una historia más de corrupción de la que avergonzarnos. En la izquierda, en el centro (si es que eso existe) y por supuesto en la derecha, abundan de tal manera que ya no sólo no nos sorprendemos sino que nos empieza a parecer de lo más normal. Hace tiempo, cuando empecé a escribir de arte con la frecuencia mínima necesaria para considerarme “crítica de arte” todo el mundo me comentaba que los críticos eran todos (no me incluían aún, no sé si por estar presente o porque me consideraban poca cosa todavía) unos sinvergüenzas, unos corruptos, que se llevaban obras de los artistas a los que les hacían buenas críticas. Todos comentaban que este o aquel crítico había hasta elegido en la galería la pieza que le tendrían que enviar a su casa. Que les pagaban las galerías. La verdad es que yo nunca fui testigo de nada parecido, y que a mí nadie nunca, ni los que he puesto bien ni los que he puesto mal, me han regalado ni un dibujito. Claro que, como me aclaró personalmente Consuelo Ciscar, que de esto sabe mucho, todos sabemos a quién se le puede y a quién no se le puede comprar. Ella lo tenía muy claro: nunca me ofreció ni una exposición, ni un texto, ni siquiera me invitó nunca a esas cenas que organizaba en Madrid coincidiendo con ARCO y en las que (según ella misma me dijo) repartía dinero y comida, “y ya los tengo en el bote a todos hasta el año que viene”. La verdad es que yo me sentía molesta, porque no me invitara (“¿a tí, para qué te voy a invitar?”) y porque no me regalase nadie nada. Sinceramente, ahora sé que muchos de mis colegas han sido demasiado amables con algunos artistas y galeristas, y excesivamente ciegos y mudos con mucha gestión pública… siempre pensé que era por un exceso de agradar, por falta de criterio, que no se daban cuenta… igual es que les regalaban cuadros o les encargaban textos, exposiciones, o les invitaban a comer. Cuando dejé de trabajar en LAPIZ, el siglo pasado, un amigo crítico y comisario independiente (todavía no sé independiente de qué ni de quién) me dijo textualmente “ahora tendrás que ir a las inauguraciones y sonreír a todos, reírles las gracias a los galeristas y a los directores de museos, si quieres que alguien te dé trabajo”.…

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