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Caminando

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Francis Alÿs, The green line
Francis Alÿs, The green line, 2004

La culpa de todo es que ya no vamos andando a ningún sitio. Se acabó aquel tiempo de salir de paseo, andando, por caminos o calles, andar sin prisa observando el paisaje, aunque el paisaje sea una red de calles, un pavimento de adoquines, una hilera de edificios. No importa, la importancia real de caminar no está en el exterior, sino en nosotros mismos, en el interior del que anda, del que camina. Antes, aún hoy en otras partes del mundo, íbamos andando a cualquier sitio. El viaje duraba días, la distancia se medía por días. Hoy la distancia depende del dinero que puedas gastar en llegar, vuelo directo o con escalas, tren rápido o autobús. Ni siquiera dentro de las ciudades nos desplazamos caminando a ningún sitio, vamos en bici, en metro, o ya, el colmo de los colmos, en patinete en una muestra incuestionable de la infantilización de la sociedad, de ese penoso miedo a envejecer. Está demostrado que cerrar las ciudades a los coches no significa el regreso de la experiencia de caminar.

Una costumbre esquimal ofrece a una persona enrabietada aliviarse caminando en línea recta por el paisaje hasta sacar la emoción de su sistema; el punto en el cual vence a la rabia se marca con un palo, como testimonio de la fuerza o la longitud de su rabia”, Lucy Lippard “Overlay”.

No caminamos y al perder esa actividad hemos dejado junto con ella otros aspectos imprescindibles de la condición humana. El tiempo en el que caminábamos era un tiempo para nosotros, un momento propio, privado, en el que meditábamos sobre mil cosas, trascendentales unas y cotidianas otras, pensábamos, relajábamos cuerpo e ideas. Medíamos el mundo y su extensión con nuestros pies, porque el mundo realmente mide lo que nosotros podamos medir con nuestros pasos: del trabajo a casa, de mi casa a la tuya. Ahora el mundo se nos queda pequeño y no nos importa ni lo trascendental ni lo cotidiano. Tardamos menos en cruzar el mundo que nuestros abuelos tardaban en llegar a la aldea desde el pueblo y nos creemos que somos mejores que ellos por ese dominio de la velocidad, cuando no distinguimos entre las diferentes yerbas del camino, ni sabemos desde donde sopla hoy el viento, ni si ese rumor de nubes avecina lluvia. Sólo los animales saben por el olor del aire cuando se acerca el peligro, pero a ellos les consideramos inferiores, no han evolucionado en el camino correcto, pensamos.…

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