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Alguna vez fuimos modernos

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Douglas Jeffrey, Cage, Cunningham, Rauschenberg, 1964

Douglas Jeffrey, Cage, Cunningham, Rauschenberg, 1964

Para muchos ser moderno es estar a la última moda. Para otros ser moderno es estar montados en la ola más salvaje de una moda colateral, de una moda un tanto maldita y rebelde. Algunos piensan que para ser modernos es imprescindible ser joven, es más, creen que ser joven y moderno es casi la misma cosa, y desde luego no se puede ser lo uno sin lo otro. Cuando yo era joven pertenecía a una de esas tribus salvajes que vestían sin diferenciarse con pantalones metidos con calzador, jersey anchos y pelos irreconciliables, muy cerca de una idea salvaje si no hubiera sido por esa intelectualidad de izquierdas que asustaba a una sociedad conservadora y rancia, como por otra parte suelen ser siempre todas las sociedades en mayor o menor grado, creíamos que éramos modernos, básicamente porque éramos jóvenes. El sexo libre, las drogas como algo cotidiano, nos parecían algo ya superado… nos creíamos muy modernos sin darnos cuenta de que simplemente éramos la reacción inevitable a la moda anterior, tal vez un poco más elitistas, bastante más cultos, sí, pero poco más. Después nos dimos cuenta de que para ser moderno no hacía falta disfrazarse, y conocimos a una serie de personas increíbles que nos deslumbraron con su modernidad. No eran jóvenes y vestían con comodidad, discreción y sin pertenencia a bandas, estilos o sectas estéticas. Con traje, corbatas, pantalones y camisas, americanas, cazadoras, eran lo que hubiéramos considerado normales. Iban cómodos y hasta elegantes de una forma convencional, aunque tenían algo diferente que tardamos en reconocer, tardamos demasiado.

Con ese conocimiento empezamos a ser verdaderamente modernos. Cuando vimos las primeras fotografías de John Cage, de Merce Cunningham… hasta Warhol llevaba corbata. Como vivíamos en la periferia de cualquier modernidad, es decir en España, creímos que ese algo era ese “no sé qué” que siempre tenía los de otros países. Pero estábamos equivocados, ese algo que brillaba hasta en las fotos en blanco y negro era algo tan sencillo y tan esencial como la inteligencia. Una mezcla de libertad, independencia y genialidad, algo que otros buscábamos en las actitudes de rebeldía, en los actos y efectos que pretendían ser elementos diferenciadores y que simplemente nos igualaban con las hordas eternas de jóvenes que fueron, son y serán, y que se diluían en el aire según pasaban nuestros años jóvenes y nos convertíamos en dueños de hipotecas, protagonistas de separaciones, padres inmaduros de futuros jóvenes con pretensiones de modernidad que verían en nosotros inevitablemente al viejo que siempre llevamos dentro.…

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