Cuando se nos amontonan los problemas y las situaciones adversas que se suceden sin dejarnos tregua, muchos se preguntan cuál es el sentido de una vida a la que no le encontramos ninguna razón. No entendemos cuáles son las causas, la razón última de tanto malestar, individual y colectivo. Las personas, los pueblos religiosos, se abrazan a sus creencias. Es el deseo de Dios, son pruebas, todos estos problemas, el miedo y el dolor, todas estas situaciones incomprensibles son pruebas que debemos superar con fe, soportar con resignación. Es nuestro destino, y eso, amigos, al parecer no se puede cambiar, por lo menos nosotros no lo podemos cambiar. Y así llegamos en un microsegundo de tiempo de la desesperación al placer de saberse objeto de Dios. Una forma religiosa de sadomasoquismo sin culpa, solo con castigo.
Pero somos muchos los que no encontramos estas explicaciones satisfactorias. ¿Cuál es el sentido de la vida? Hay demasiados filósofos, pensadores, escritores, teóricos, artistas y hasta profesores de universidad que llevan siglos intentando llenar esa casilla en el formulario universal. La respuesta más frecuente, aunque explicada de formas muy variadas, es el placer. La búsqueda del placer. Muchas canciones nos lo han repetido al oído en sucesivas generaciones, “que no daría yo por un beso tuyo… toda la vida aguardaría solamente por sentir tu calor cerca de mí”. Hay muchas variantes de estas letras susurrantes que prometen lo que nadie puede cumplir. Lo que nadie ha cumplido jamás. Es el placer lo que nos mueve. Habíamos creído que era el dinero… pero ¿realmente el dinero en grandes cantidades para qué sirve? Para darnos placer, incluso muchos momentos de placer.
Para sentirlo realmente hay que encadenar muchos momentos de placer, atarlos unos a otros
El problema es que el placer, como su hermana la felicidad, es difícil de agarrar, casi imposible lograr que nos acompañe durante apenas nada más que unos minutos. Se escurre entre nuestros dedos, como el agua. Para sentirlo realmente hay que encadenar muchos momentos de placer, atarlos unos a otros, los momentos y los placeres, como esos collares de piedras preciosas que nadie se atreve a llevar en público. Ahora habría que hablar del deseo como preámbulo del placer, pero no hay que ser avaricioso y centrémonos solo en el placer. En los placeres.
Hay muchos placeres, todos nuestros sentidos son los puntos de entrada de todos los placeres, los ojos que ven, el gusto, el olfato, el tacto, y sobre todo el cerebro.…
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