El pasado sábado 9 de mayo se inauguraba en Milán la sede de la Fundación Prada, coincidiendo con la apertura de la exposición en el espacio de Venecia de la misma Fundación, a la cabeza de esa unión entre el dinero y el glamour de la moda y la pobreza y la inteligencia del mundo del arte. Prada es una marca de moda donde todo es glamour y elegancia, desde la foto de promoción de su directora hasta el bar de la sede de Milán (el arquitecto es Rem Koolhaas), diseñado por el director de cine Wes Anderson, inspirado en el cine italiano de los 50 y 60. Por supuesto el director artístico de todo este esplendor no podría ser sino el curador que más cobra del mundo, Germano Celant, que ha pasado con su habitual gracejo del arte povera al arte ricci. Como verán ustedes, a todo lujo, los más grandes, los que más cobran, no importa nada, Prada da para todo esto y para más.
Esta accidental caída ha ocupado el espacio que debería haber ocupado la inauguración
Por toda esta opulencia es por lo que a los que todavía estamos más cerca del arte povera que del arte de los ricos nos ha parecido muy significativo el accidente que en la inauguración de la sede de Venecia, en el palazzo del siglo XVIII situado en Ca´Corner della Regina, se rompiera el puente de acceso al embarcadero, dando con los invitados a tan elegante acto en el agua del canal. Si todas las caídas, incluidas las propias, son risibles y parecen ridículas a ojos de los demás, en esta ocasión es casi una metáfora, un símbolo de que todo es perecedero, de que los ricos también lloran y de que, sobre todo, también se caen y se mojan como cualquier otro mortal. Shakespeare hacía decir a uno de sus protagonistas en Hamlet, “…si me hieren también sangro”, como ejemplo cumbre de que todo ser humano ríe, llora, e incluso puede sangrar si le hieren. Algo que a los ricos cada vez les parece más sorprendente, por cierto. Esta accidental caída ha ocupado el espacio que debería haber ocupado la inauguración, haciendo bueno aquello de que el mal ajeno es la delicia de los envidiosos, y con Prada todos somos envidiosos. Con el dinero a lo bestia, el lujo exagerado, la prepotencia de las fundaciones privadas que privatizan el arte y hasta la forma de poder verlo, todos somos despectivos.…
Este artículo es para suscriptores de EXPRESS
Suscríbete