La fuerza de la imagen fotográfica ha superado ampliamente al propio instrumento fotográfico. Prácticamente la gran mayoría de los que hoy habitualmente toman constantemente fotografías, no tienen cámara fotográfica. De igual forma que el selfie ha sustituido al autorretrato, el teléfono, la tablet y próximamente el reloj o las gafas, han ocupado el lugar de la tradicional cámara. Ya no se trata solamente del paso del mundo analógico al digital, paso que ya es historia, se trata de algo más radical, se trata de que el instrumento desaparece físicamente, va anulándose a sí mismo, se hace invisible y acabará siendo una prótesis de nosotros mismos. Olvidaremos aquellos tiempos, en el origen de la historia de la fotografía, en el que se animaba a todos a que tuvieran su propia cámara; la idea que tantos acariciaron de tener el laboratorio en casa es hoy un acto de resistencia casi político. “Es el desarrollo, idiotas”, que diría algún político. Y con el desarrollo, obviamente las industrias del sector se ponen al día y unas mueren para que otras sobrevivan; por otra parte, el público general se ha convertido finalmente en “el público”; aquella idea de que la fotografía era la más popular de todas las formas de creación ha triunfado, las imágenes se producen por millones cada día en una multiplicación infinita que lleva en sí misma el germen de su imposibilidad.
De qué forma afecta esta evolución estructural a la fotografía como una de las bellas artes es otra cosa. Por una parte la metafotografía, es decir, la fotografía que trata de la propia fotografía, aumenta desproporcionadamente: el medio como idea, como concepto, como justificación. Más interesante me parece la forma en que los artistas trabajan con la idea de esa popularización de la imagen, de una pérdida casi definitiva de la idea de la autoría de la imagen para, en cambio, reforzar la idea de autor de la obra. Si la imagen puede provenir de cualquiera, la obra sólo tiene un autor, nada que ver con esa otra teoría de que ya no existen artistas en el terreno fotográfico. La realidad es que el terreno fotográfico se expande en todas las direcciones. Tanto conceptual como estructural y técnicamente. Pero en todo este proceso hay un protagonista que a veces parece que se va ocultando, mientras que otro vuelve centelleante a un primer plano de importancia: la cámara. Ese objeto que nos ha facilitado el acceso a la imagen y que hoy se disuelve en mil herramientas diferentes. La cámara sigue estando ahí, detrás o dentro de todos estos teléfonos móviles, de esos futuros relojes, de esas gafas que ya inician el camino de la prótesis humana, hasta tal punto que un día no muy lejano nosotros mismos seremos cámaras. En Johnny Mnemonic (1995) el artista Robert Longo hablaba de como Keanu Reeves se convertía en una especia de pen drive, un sucedáneo de computadora portátil. Era la arqueología de la alta tecnología, que hoy recordamos con simpatía y con respeto. Pero los tiempos están cambiando continuamente, hacia adelante y hacia atrás, y hoy las cámaras alcanzan también un momento de especial interés en el mundo fotográfico, aunque sólo sea como parte de una historia todavía por construir.
La idea de que la cámara como objeto tecnológico se ha convertido en un objeto de escrutinio y consideración
Este número de EXIT está realizado a partir de la idea de Paul Wombell, que actúa como editor invitado. Asesor habitual de esta revista, en esta ocasión ha sido él quien ha elegido y desarrollado el tema en un excelente texto que pueden leer en las siguientes páginas; él también ha sugerido a artistas que han situado la cámara en el centro de su trabajo. Plantea la relación entre las personas y la cámara, las relaciones sociales como la imagen fotográfica que la cámara produce. La idea de que la cámara como objeto tecnológico se ha convertido en un objeto de escrutinio y consideración. Este número se articula en tres apartados, en el primero tratamos de la arqueología de la cámara fotográfica, de toda esa edad antigua de la tecnología más básica que origina una novedosa aportación técnica, que hoy nos parece obsoleta, arqueológica y por lo tanto cada vez con un mayor interés. La segunda parte trata de la cámara como un objeto tecnológico en sí mismo; se trata de la manufactura de las cámaras por los propios artistas, de la importancia de cada cámara como una aportación individualizada, diferenciada para la realización de la imagen. Finalmente, seleccionamos una serie de artistas que abordan el proceso de humanización que se realiza a partir de la captación de imágenes, de cómo la cámara es también un instrumento social.
Es, sin duda, este número especialmente difícil, en parte como reconocimiento de la gran protagonista de esta historia, la cámara, y por otra parte, de muy difícil concreción en imágenes y en artistas. Tal vez uno de los más difíciles de los realizados en estos 16 años de vida que cumple EXIT este 2015. Sin embargo, estamos convencidos que el lector y aficionado encontrará en las siguientes páginas ideas, imágenes, nombres y artistas que reforzarán su posición frente a la fotografía como una de las bellas artes, posiblemente el arte de nuestra época. Sin duda estamos haciendo, en este momento, una revista que va a dar mucho que hablar y que aportará un capítulo esencial en la historia de la cámara como protagonista de la fotografía. Para ello hemos contado con la participación de artistas de todos los continentes, de todas las edades y tendencias, como una demostración inevitable de que, unidos por la cámara, todos ellos trabajan teniendo muy presente la herramienta, su desarrollo y su importancia en la consecución no sólo de unas imágenes, sino de un discurso específico de creación. Artistas como Carlos Jurado, pionero en la creación de sus propias cámaras, cada una de ellas con su propia personalidad y sus características diferentes. Rosângela Rennó, con un proyecto de cámaras antiguas, anónimas, recuperadas en mercadillos populares que entrega a personas anónimas para que todas fotografíen el mismo monumento: la imagen y la cámara que hizo esa imagen forman una sola obra. Barbara Probst, que desarrolla hasta casi el infinito la idea de toma simultánea de una misma escena desde múltiples puntos de vista, disparando simultáneamente decenas de cámaras para conformar imágenes complementarias de un solo instante. Posibilidades múltiples y múltiples artistas: Anne Collier, Christopher Williams, Esther Shalev-Gerz, John Hilliard, Sascha Pohflepp, John Sypal, Hans Eijkelboom, Luis González Palma, Michel Campeau… Y un largo etcétera al que cada uno de nuestros lectores podría, seguramente, añadir algún nombre más.
Todo para demostrar que aunque la cámara pierda su cuerpo histórico, aquel que hoy es objeto de una arqueología tecnológica, al final seremos nosotros, cada uno de nosotros, los que nos convirtamos en millones de cámaras, disparando incesantemente con cada uno de nuestros parpadeos las infinitas imágenes que conforman una realidad subjetiva, imposible de abarcar.