No sé por qué nos hemos creído los hombres que este mundo es nuestro, que se ha creado para nosotros y que como somos los reyes, la especie más evolucionada, tenemos derecho a todo. Esta idea está formada dentro de un entorno humano homocentrista, idea tan propagada como falsa, y así lo demuestran los recientes estudios científicos, de que el hombre es la única especie que puede reír y llorar o formar parejas estables, el que las demás especies animales son inferiores sería algo muy cuestionable. La comunicación, por cierto, tampoco es exclusiva del hombre ni, al parecer, la utilización y construcción de herramientas para su uso con fines concretos. ¿Qué nos sitúa por encima del resto de los animales, entonces? Al parecer esa superioridad se basa en nuestra capacidad de erguirnos, algo que es simplemente una adaptación al medio. El caso es que sea cual fuere la diferencia, todos los animales habitamos un mismo mundo, pero los hombres estamos expulsando, humillando y destruyendo, a los animales de este mundo ideal.
Si el animal fue siempre compañero, alimento, y herramienta de trabajo para el hombre, reto y trofeo, símbolo inalcanzable de fuerza, nobleza y fidelidad, hoy hemos convertido al perro en un juguete doméstico, al león en un prisionero infeliz, y al caballo en una máquina perfecta. El ratón solamente nos sirve para experimentos científicos, el elefante para acarrear carga y turistas en la India y en el resto del mundo como ejemplo de un pasado perdido. Y así podríamos trazar un panorama triste pero real. Sin embargo y a pesar de este abismo que hemos construido entre nosotros y la naturaleza representada por el animal, seguimos viviendo rodeados por ellos. Bien de aquellos animales domésticos que mantenemos como pago de una deuda histórica o como complemento afectivo de unas vidas cada vez más sin sentido; bien como espectáculo, casi siempre triste, que recuerda una vida en libertad, unos animales salvajes, extraños, diferentes, que hoy ya son prácticamente desconocidos, lejanos, y que sólo podemos ver en libros, películas, museos o circos. Es decir, siempre encerrados en jaulas, en cajas, en salones, en cines. Y a los que solamente conocemos por los documentales de la National Geographic.
Ellos nos han acompañado no sólo en la realidad sino en nuestros sueños y fantasías y, por supuesto, en el arte que en cada época hemos ido realizando los hombres, mientras vivíamos con los animales. En el arte más actual, en la fotografía y vídeo, el animal sigue estando presente. Eija-Liisa Ahtila, nos cuenta en The Hour of Prayer (2005) la soledad e impotencia que le produce la muerte de su perro, una presencia etérea, una sombra, que revive cada mañana cuando oye ladrar a los perros vagabundos en una ciudad africana. Gatos, perros que hacen de la ciudad un hogar inhóspito, abandonados, sin dueños… animales muertos que viven eternos a través de sus ojos de cristal, de sus cuerpos vacíos y sus pieles rellenas de algodón, reconstrucciones de sí mismos que cientos de artistas han utilizado en sus obras como analogías de la pérdida de la realidad, de la representación, de lo simbólico, de la memoria de nosotros mismos. La reconstrucción de otro mundo a partir de la presencia de animales que estuvieron allí, el dialogo entre artificial y natural, vivo y muerto, eternidad y pasado, está presente en la obra de Hiroshi Sugimoto, y en la de Richard Ross y Bettina Rheims y tantos otros que sería imposible hacer una lista completa. Sólo decir que han sido más de cien los fotografos que han trabajado con los dioramas del Museo de Ciencias Naturales de Chicago, tal vez el más famoso en este género.
Pero no solamente el animal muerto y disecado, sino el animal vivo, protagonista central del espectáculo, habitantes de zoos y de circos, ciudadanos sin apenas derechos, comparten nuestras vidas y nuestras ciudades. Marginados en zonas concretas, sometidos a un orden artificial y recluidos en microambientes que intentan reproducir el suyo natural o que, por el contrario, suponen una esclavitud permanente, la presencia de los animales ya sean elefantes, leones o focas, sirve para que los artistas reflexionen sobre el lugar en el que vivimos y sobre las relaciones inevitables y a veces perversas que mantenemos con estos seres imprescindibles en nuestras vidas. En las siguientes páginas podrán encontrar todo tipo de animales, en todo tipo de situaciones, fotografiados, plasmados por artistas que les tienen como protagonistas habituales de su trabajo y, posiblemente, como compañeros de sus vidas. Es inevitable mencionar a William Wegman cuyo perro, de raza weimaraner, Man Ray, fue célebre modelo de las fotografías que le han dado fama mundial, como después lo han sido sus hijos y nietos; camadas de pequeños divos que se pasean por los platós y posan delante de la cámara de su dueño personificando los ritos, mitos y situaciones de la vida de los humanos, que no se diferencian tanto de los que con menos alharacas viven los animales. Pero, ¿dónde está la diferencia entre la esclavitud de un circo y la vida de trabajo de estos perros obligados a posar en mil diferentes posturas? Seguramente está en la relación personal, diríamos familiar, entre el hombre y el perro, un tandem como el del ventrílocuo y su muñeco.
La selección de artistas que presentamos abarca prácticamente todos los animales susceptibles de ser admitidos en nuestra sociedad, incluso alguno más, y también engloba las diferentes opciones de las relaciones entre nosotros y ellos. En la mayoría subyace un algo nostálgico que seguramente tiene que ver con la idea de espacio y tiempo perdido, y el artista se sitúa de diferentes formas frente a este mundo cotidiano y a la vez ajeno que representan los animales. Como un espectador frente a los dioramas y su presencia en museos y zoológicos; como un factotum todopoderoso en la recreación de lugares y escenas imposibles como es el caso de Karen Knorr; como observadores privilegiados de pequeños milagros, como hace Mylaine al descubrir pequeños pajarillos ciudadanos en islotes verdes de la ciudad, redescubriendo la ternura en una relación olvidada. Pero también como ornitólogos, Jochen Lempert, al vigilar las evoluciones y diferencias de los pájaros, no sólo en su deambular por la ciudad sino estableciendo una especie de catálogo acientífico de esos seres extraños que vuelan libres sobre nuestras cabezas y que hemos acabado metiendo en jaulas. Es decepcionante ver lo que hemos llegado a hacer con estos seres que nos acompañan toda la vida, les hemos convertido en vagabundos en la ciudad, como a los perros que Karaly retrata por las calles y subterráneos de cualquier ciudad. Extraños en un mundo que estaba pensado para ellos, también.
La inclusión de un jabalí en nuestra cama (Sourrouille) o de un león en la sala de estar (Tabarra), un cocodrilo recubierto de nata (Pivi) o el documentar la existencia de un refugio para elefantes maltratados por los hombres (Masó) plantean posturas diferentes. No solamente por lo que algunas de ellas puedan tener de simbólicas, sino por lo que amplían las posibilidades de relacionarse con los animales que la sociedad actual parece plantear, iniciando un ligero espíritu de respeto y consideración hacia unos seres que sin duda, nos hacen la vida más fácil y más feliz. El artista se acerca a esa comunión con el animal, a un deseo de ser libre, tal vez salvaje, desde luego de no aceptar todas las reglas sociales, hasta el punto de transmutarse en el animal, de querer no solamente vivir con el sino vivir como él, de ser él. El extremo tal vez más conocido de esta actitud es Oleg Kulik, que ha decidido vivir y mostrarse como un perro en sus acciones y en gran parte de su trabajo artístico.
La palabra tal vez sea soledad. La de ese rinoceronte en un zoológico frío y deshumanizado (Molina), la de esos cerdos, gallinas, cabras, zorros, ratas, que asoman entre las fisuras de la construcción urbana, que viven en patios y que saltan a las viviendas, al entramado urbano sólo alguna vez. Extraños como los habitantes de los mundos acuáticos, únicos supervivientes, tal vez, en su misteriosa hermosura, en su lejana luminosidad, de esta extraña actitud humana de destruir lo que le define, de olvidar quién es. Todos estos artistas, todas estas imágenes y muchas más que no han podido entrar en estas páginas nos hablan, en definitiva, de quiénes somos y de cómo nos enfrentamos a nuestros miedos y a nuestras peores soledades.