En septiembre de 2014 unos mineros que recuperaban las galerías de una antigua mina derruida por un terremoto hace diecisiete años, encontraron a un superviviente de los supuestamente 79 mineros fallecidos en aquel desastre. El minero, de 59 años, había sobrevivido esos diecisiete años comiendo arroz de una reserva subterránea, cazando las innumerables ratas que viven en esas galerías y bebiendo agua de manantiales subterráneos. Había enterrado a sus 78 compañeros fallecidos y había sobrevivido sin esperanza ni futuro. En las películas de ciencia ficción con frecuencia muestran una sociedad subterránea, paralela a la que vive en la superficie; esa sociedad oculta está en guerra con la que está fuera. Viven vidas paralelas, como en toda la historia de la literatura, se ha intentado plantear el contraste entre lo oculto y lo evidente, entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Bajo tierra, oculto a la luz, oculto a la mirada del mundo, desconocido, ignorado por los que están en la superficie existe todo un mundo. No hablamos de ninguna secta sino de grandes fragmentos de la población, de casi todos nosotros que, en algún momento de nuestras vidas, habitamos bajo la superficie. El metro de cada una de las ciudades del mundo en las que existe este transporte, traslada millones de personas diariamente: a sus trabajos, a sus casas, a sus estudios, a sus citas. Millones de personas están en estos momentos bajo la tierra. No sólo los mineros perdidos, sino los que todos los días bajan al subsuelo para buscar minerales, pero también están bajo las ciudades los que cuidan de las alcantarillas, de los depósitos de agua, de las tuberías que nos alimentan, los que mantienen esos mismos transportes que nos llevan y nos traen. Hay refugios antiatómicos, cuevas en las que viven familias, ciudades enteras que en un adelanto al futuro ya viven lejos de los rayos del sol, ajenos a la luz y a la contaminación. También la gran mayoría de los muertos que alguna vez vivieron, están bajo tierra hoy y ya para siempre, habitando esas ciudades paralelas que crecen en las afueras de las ciudades, cada vez más adentro, en esos cementerios al aire libre que bordean las carreteras. Esa es la mayor población bajo la faz de la tierra.
Underground es todo aquello que se desarrolla bajo la tierra. Pero también aquello otro que está oculto a los ojos de la mayoría, esos grupos musicales, una cultura seminal que crece, como las raíces de una planta, oculta a todos los que realmente no quieren verla. No está escondida, simplemente es tan minoritaria en un origen que nadie parece poder verla. En este número de EXIT nos ocupamos de lo escondido, de lo ajeno a la vista, de lo que crece y se desarrolla bajo tierra, de esa riqueza y de esa miseria que sin luz puede llegar a alumbrarnos. De hecho, como en un iceberg, lo que vemos es sólo una pequeña parte del cuerpo completo, y es lo oculto lo que hace que lo visible exista, es esa parte que aparentemente ignoramos la que nos llega a mantener. El miedo atávico que la oscuridad produce en el ser humano, esa falta de luz, esa distancia del sol, no imposibilita la vida, todo al contrario. Pensemos en las raíces, ocultas, de una planta, que crecen en paralelo por debajo de la línea de flotación de la corteza terrestre, de esa capa de tierra que separa lo subterráneo y lo superficial. Superficial es lo que está en la superficie, curiosamente sinónimo de irrelevante, poco consistente, ligero, frívolo. Sin embargo lo underground es necesariamente fuerte, arraigado, consistente, ya que esas raíces que crecen hacia abajo son las que consiguen que la flor surja hacia arriba. Vidas paralelas de luz y de oscuridad. Como la del minero que extrae piedras preciosas y de aquellos otros que las lucen, las raíces y las flores. Tal vez por esto se llama underground a la cultura más joven, más contraria a las luces, llenas de sombras. Tal vez por eso los existencialistas se ocultaban en antros oscuros, por eso los jóvenes de Berlín siempre se han juntado en cuevas escondidas de la luz y de las miradas del mundo. Catacumbas de la cultura del mañana. La noche también nos oculta pero no nos aleja del día ni de la luz, sólo nos pone a la espera. También ocultamos nuestros sentimientos bajo la corteza de nuestros corazones, lejos de las miradas y de los comentarios. Como diamantes que no queremos que nadie luzca. Diamantes de sangre.
Para tratar la idea de Underground hemos intentado desarrollar el trabajo en todos aquellos aspectos que se definen en este término, básicamente lo oculto, bien por estar bajo tierra o por asimilación aquello que no es tan visible, que se esconde de la mirada pública, lo minoritario, lo marginal. Y, como de costumbre, hemos buscado artistas que a través de la fotografía documenten estos aspectos. No deja de sorprendernos cómo la fotografía trata de todos los aspectos de la vida actual, desde una perspectiva documental, simbólica, creativa, irónica, a través de formas y actitudes dispares y a veces contrapuestas. Los grupos de jóvenes marginales son un tema reiterativo de la historia de la fotografía, pero sigue generando nuevas miradas, a la vez que surgen nuevos grupos underground. Desde Miguel Trillo a Jesús Madriñán han pasado varias generaciones, y los modelos del primero podrían ser los padres de los modelos del segundo, demostrando que la idea de lo minoritario y lo que se pretende ocultar sigue existiendo generación tras generación. Sobre las cuevas, la orografía oculta bajo la superficie de la tierra hay muchas aproximaciones, de una estética explosiva, sugerentes y a veces sorprendente, Sergio Belinchón, Naoya Hatakeyama, Nuno Cera… entre otros aparecen en las siguientes páginas. Igualmente el subterráneo, el underground, el subway, el metro, es un tema nuevo, pero tratado desde Walker Evans a Bob Mazzen pasando por muchos más, desde miradas frías, humorísticas, trágicas; las plantas que ocultan sus raíces en la obra de Diana Scherer, el trabajo en las minas con el soberbio recorrido de David Goldblatt… imágenes que nos llegan de estudios y laboratorios de todos el mundo, de todos los continentes, gracias a los artistas que apoyan y colaboran con EXIT número tras número, facilitando la difusión del arte fotográfico con sus variadas y a veces ocultas posibilidades. Demostrando la universalidad de los temas tratados y las mil facetas de un lenguaje artístico que crece imparablemente en todas las geografías del planeta. En éstas líneas no están todos los artistas que encontrarán pasando las páginas de la revista, pero todos son los autores y responsables de este trabajo en equipo.
La fotografía es el arte de la luz y de la oscuridad, por eso su búsqueda de la oscuridad bajando al subsuelo, entrando en los lugares prohibidos, buscando lo escondido nos parece algo natural. En su historia la fotografía siempre ha sido una espeleóloga de la vida, de los sentimientos y de la muerte, un testigo de lo visible y de lo invisible. Por eso se ha convertido en el arte del siglo, el más aceptado y reconocido por una sociedad que se ve no sólo reflejada en ella sino en la que participa y con la que convive. Como la fotografía convive con una sociedad en continuo cambio y ocultación. La fotografía se desarrolla en una vida paralela a la sociedad que retrata, indagando en sus aspectos más ocultos, más subterráneos y mostrándolos a plena luz.