En la fotografía vemos a tres jóvenes de los años cincuenta, arregladas para salir de fiesta. Las tres posan muy juntas para el fotógrafo. Una lleva un aparato de radio, seguramente con casete, y es la que se ocupará de poner música en la fiesta. La segunda lleva en la mano, descuidadamente, unas gafas de sol. Por la ropa y por las gafas sabemos que estamos en verano, o tal vez en esos “medios tiempos” que pueden ser el otoño y la primavera. Hace calor y posiblemente estén de vacaciones. La tercera chica muestra en su mano, caída a lo largo de su cuerpo, una fotografía en papel en la que podemos ver de forma incompleta a una pareja, hombre y mujer, que a su vez posaban para esa fotografía que ahora se muestra en esta otra fotografía como en un surreal juego de muñecas rusas en blanco y negro y sobre papel. Estamos hablando de metafotografía.
Esa fotografía es apenas un recuerdo desvaído; una imagen que vi en algún sitio al pasar. En una revista, en internet, tal vez en Facebook. No sé el nombre del autor, ni conozco a las muchachas que, por otro lado, si son europeas seguramente son de algún país del Este. No sé nada de todo su entorno, ni de ellas. Pero su recuerdo es imborrable, sobre todo de ese fragmento esquinado, que es la foto de una pareja más anónima aún que las muchachas, pues ni siquiera sé si es una casualidad o algo intencionado que se muestre de esa manera, como un aviso, como una alarma tal vez, tal vez simplemente como un descuido por las prisas. Seguramente no signifique nada, pero, entonces ¿por qué su recuerdo es tan vivo, como algo importante, algo de importancia vital? Es la fuerza del detalle. Es la forma de construir una imagen, el esquema interior de la obra que nos guía hacia donde el autor inteligente, el artista, quiere. Como en los cuadros clásicos, una carta abandonada en una mesa es el centro real del retrato, o lo que se puede ver, casi imaginar, a través de la pequeña ventana.
La presencia de la fotografía dentro de otras fotografías es una autorreferencia que, de alguna manera, marca la edad adulta de la fotografía
Esa referencia de la fotografía dentro de la fotografía, algo que siempre existió en la pintura dentro de la pintura, en esos cuadros en los que el pintor se colaba en la imagen como uno de los soldados, o a través de un espejo exactamente colocado, esa autorreferencia ha eclosionado en el cine y, por supuesto, en la televisión, donde la propia imagen cinematográfica siempre es uno de los principales protagonistas. Es una forma de metalenguaje. Cuando en la literatura se habla de literatura se está haciendo metaliteratura. Enrique Vila-Matas es uno de los maestros de este ya casi género literario. Cuando en una fotografía el centro, el argumento, el eje narrativo, es otra fotografía, estamos hablando de metafotografía.
La presencia de la fotografía dentro de otras fotografías es una autorreferencia que, de alguna manera, marca la edad adulta de la fotografía, cuando la propia fotografía se vuelve el tema, cuando entra a formar parte con nombre propio de la historia, de la narración. Y es la continuación de la continua ligazón, o tal vez ligadura, de la fotografía con la pintura, a la que continuamente se asoma la fotografía desde su origen. Pero llega un momento que el fotógrafo ya domina la narración actual, las fórmulas narrativas más contemporáneas, lo que no deja de ser otra referencia, esta vez a la literatura, que viene a ser la madre de todas las artes. Esa autocita que la fotografía construye sobre sí misma es la que llena de misterio esa foto de las tres muchachas que ustedes, lectores desconocidos, nunca verán, pero que sin duda podrán recordar siempre como si la hubieran visto, reconstruida en sus imaginaciones; es una prueba de la fuerza de una historia incompleta, de una narración ambigua y llena de vacíos. Pero es también, y sobre todo, la fuerza de la imagen, y el misterio resplandeciente de una imagen dentro de otra imagen, dentro de otra imagen… la reconstrucción subjetiva de historias que tal vez nunca sucedieron.