Empezaré por decir que esta vez, aunque lo parezca, este texto no es una editorial. En esta ocasión yo, editora y directora de esta publicación, he preferido dar un paso al lado y mirar, o mejor leer, las opiniones de otros. Tal vez yo sea una de esas figuras que aún siguen presentes, aunque su tiempo pasó, sombras de un pasado que sinceramente nunca pensé que fuera mejor que cualquier presente. Tal vez, pero lo que seguro que no soy es una lectora cómoda. No soy esa persona que va a aceptar un aparentemente debate democrático donde es obvio que no existe ni debate ni democracia. Soy una de esas personas molestas que sabe distinguir claramente y a la primera lectura entre crítica, información y publicidad. Soy una persona que viene ejerciendo la crítica prácticamente toda mi vida. Y no solamente a través de textos, foros, debates, etc. Soy una de esas personas que fastidian las celebraciones vanas y las victorias amañadas, porque vengo ejerciendo la crítica desde siempre. Desde la infancia, pasando por la adolescencia… en verano y en invierno, llueva o salga el sol. Siempre, así en la vida como en la profesión.
Ser crítico es una forma de ser, una forma de mirar, una forma seguramente equivocada y perversa, de ir por el mundo. Es un vicio y también a veces un don. En cualquier caso, una mala costumbre que te acerca al status del apestado. Por eso en el mundo del arte, de la cultura en general, se le ha desplazado del lugar pequeño y escaso de poder real que tuvo algún tiempo. En su sustitución se buscaron condottieri, esos guerreros que sirven al noble que mejor paga. Fueron los curadores (los programadores, también) los que subieron inmediatamente, alejados de un ejercicio crítico que les arruinaría un futuro de por sí bastante frágil. Realmente el poder siempre estuvo en otro lugar. Como un día me dijo un gran periodista, “la prensa no es el cuarto poder, solamente es el cuarto brazo de un solo poder”. Así, ni el crítico ni el curador nunca han tenido un gran poder, a veces un fuerte prestigio, han representado el conocimiento y a veces una cierta inteligencia, un don visionario, y algunos han realizado grandes trabajos. Algunos. La mayoría no. Ni antes, ni ahora ni después.
Para ejercer cualquier tipo de crítica hay que ser independiente, y la única independencia la da el dinero
Para ejercer cualquier tipo de crítica hay que ser independiente, y siguiendo una vez más a Karl Marx, deberíamos reconocer que la única independencia la da el dinero. El poder en el arte está lejos de la crítica, lejos de la creación y me atrevería a decir que igualmente lejos de la inteligencia y del conocimiento. Suele estar donde está el dinero. Tal vez ser crítico es una especie de virus que a veces se cura. Solo a veces. Pero no nos engañemos, el crítico nunca fue un héroe romántico. A veces es/fue un mal poeta, o un artista fracasado, un médico buen aficionado, un voluntarioso periodista, un profesor con tiempo libre…, en su origen fue “un aficionado que escribía bien” (me niego a decir quién dijo esa frase, hoy cita venerable). Hoy estamos en manos de profesionales que no saben escribir y a los que, sinceramente, no les gusta el arte realmente. Lo dicen en la intimidad, y se les nota en lo que escriben, defienden, en lo que son. Es un aire de familia indiscutible y fácilmente reconocible. Solo hay que ser un poquito críticos para verlo.
En cuanto a aquello de que la era digital, Internet & Co, representan la democratización de la crítica…, solo quiero apuntar a la crisis de las democracias actuales que nos llevan a toda carrera al fascismo, a la deshumanización, al cierre de fronteras, al abismo ecológico y al absurdo cultural y social. Estamos entrando en una época nueva en la que todos estos “avances igualitarios y democráticos” se están quedando sin taparrabos, enseñándonos sus vergüenzas que no son otras que los grandes enemigos de una crítica independiente: la sumisión a la moda, al gusto imperante, a los grandes becerros de oro de la actualidad, la sumisión al patrón. Finalmente ser crítico es, simplemente, una manera de ser. En público y en privado, por escrito y en directo. Una forma difícil e incómoda, que económicamente no tiene, efectivamente, ningún futuro.